HISTORIA: Juana Villegas, un mujer de 29 años que se ha quedado sin madre, sin empleo, sin dinero, camina hacia el consultorio en donde va a interrumpir su primer embarazo: se resiste a ser la mamá de algún hijo de su futuro esposo, no quiere darle explicaciones a su papá ni a su hermano menor, se niega a que la gente que la ha visto como un ejemplo se entere de que ha caído en el peor lugar común de las adolescentes. Todo sucede ese día: ella va a abortar en un momento, en unos cuantos minutos, pero, como el mundo no tiene por qué detenerse, los hechos, las preguntas, las conjeturas comienzan a perderse en su propia cabeza. Tendría que llover, para que todo fuera peor de lo que es, pero finalmente no llueve. | |
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CÓMO NACIÓ: El orden es este: lo primero que tengo en la cabeza, en 1998, es la imagen de una mujer que no se atreve a cruzar la calle; después entiendo, mientras redacto el primer borrador de Walkman (en donde la amiga del protagonista se resiste a dar un paso más), que es una mujer que me lleva uno o dos años, que vive en Bogotá y que el único día en que voy a verla es el día en que va a abortar; se llama Juana Villegas y su familia rota no se parece en nada a la mía; es una mujer de verdad, no una mujer literaria de esas que se quitan la ropa para darle forma a las fantasías del narrador ni uno de esos seres incomprensibles que relatan los poetas que se encogen de hombros ante lo femenino; viaja por la ciudad que conozco, ese día, con la esperanza de que algo o alguien (un novio fallido, una mejor amiga ambigüa, un doctor que tiene algo de ángel en la tierra) le explique qué debe hacer. Y ya. Esa es la historia. No cabe duda. Quizás deba leer de nuevo Alicia en el país de las maravillas o las tragedias de Shakespeare para darle cierto orden. Quizás escribirla sea un alivio. Será una fortuna que Patricia Miranda (mi editora durante cuatro libros que desde el principio también será mi amiga) sea tan estricta como siempre. |
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SE HA DICHO: "Silva Romero nos muestra, en esta
tercera entrega, su sensibilidad absoluta ante el diario acontecer de
este mundo contemporáneo, en el que las personas parecerían simplemente
deslizarse, pero nunca comprometerse. Sin embargo, Silva es consciente
de que ya no nos podemos hacer los de la vista gorda: que con cada acto o
no-acto nos sobrecoge la sensación de la imposibilidad detrás de la que
se esconde lo que tanto nos afana reconocer: la culpa. Es un libro que
vale la pena leer porque, gracias a ese genial manejo de la narración,
uno lo lee al ritmo del tiempo escrito; porque nos muestra un cuadro que
es más una radiografía de esta sociedad bogotana; porque conocemos a
cada uno de los personajes; y porque en nuestras vidas también ha habido
Bernardos, Rodrigos, Jimenas y Carmencitas". Marta Kovacsics, traductora
(en Pie de página).
"Por mi parte me aventuro a confesar que recordaré por mucho tiempo la visión que de ese universo visible tiene Juana Villegas, la protagonista. Esta novela que carece de tonos e intenciones moralistas; cuyas palabras son llaves, a veces ganzúas, giran y hurgan, y abren espacios con sentimientos renovados, donde se apuesta por una forma de ser en el mundo, a pesar del mundo. Más optimistas quizás, alimentados por una nueva especie de fe, naturalmente no religiosa, sino algo muy vecino a la esperanza en el género humano (a pesar de que sobren motivos históricos para no tenerla)". John Jairo Junieles, escritor (en Letralia). "Así empieza su nueva novela, la tercera, construida rigurosamente con la precisión de aquellos relojeros que vemos a veces, en el centro o chapinero, en un local pequeñito, con una lupa pegada al ojo, examinando minuciosamente las partes del reloj que permiten que creamos que el tiempo va avanzando. Pasando. Esa es su novela: la percepción de cómo pasa el tiempo mientras esperamos un instante decisivo y lo que acompaña esa espera, ese lento percibir del transcurso de los minutos, esa necesidad apremiante de que el tiempo corra, que pase rápido, que lleguen ya las seis y media". Álvaro Castillo, librero de San Librario. |