HISTORIA: Lester Brown, el productor de cine que cambió las reglas del mundo, nació el 29 de febrero de 1920 y murió el 11 de noviembre de 1993 en nombre de los aficionados a las películas. Gracias a sus constantes cambios de identidad –la herencia, quizás, de una familia cercada por la esquizofrenia- sobrevivió a las primeras maldiciones de Hollywood, a la brutal cacería de brujas de los años cuarenta y a las implacables normas del mercado que desde los ochenta se tomaron por completo la lógica de los grandes estudios. Nada podría haberlo preparado, sin embargo, para convertirse en el memorable redentor crucificado que encontrará usted en este libro. | |
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CÓMO SE HIZO: Le conté la idea de este libro a Germán Pardo García-Peña en enero de 1998: le dije que quería escribir la biografía de aquel productor de Hollywood, Lester Brown, que tuvo que cambiar mil veces de nombre para sobrevivir al macartismo, al patrioterismo y al comercialismo de los Estados Unidos en los que vivimos todos. Y entonces, en menos de treinta segundos, Germán me dijo tres cosas que podríamos llamar "tres vaticinios": "emocionantísimo", "mi apellido también es Brown" y "el único problema que le veo es que le va a tocar leer mucho". Ese fue, en efecto, el primer obstáculo de todos. En parte porque tenía más cosas que hacer, en parte por perezoso, me demoré más de la cuenta en reconstruir los insólitos hechos de la insólita vida de Brown: sólo hasta abril de 2004, cuando entendí un poco mejor que Germán (que murió el 8 de agosto de 2003) siempre iba a estar pendiente de mis cosas, cuando terminé de organizar las notas de mi investigación y encontré los informes minuciosos del detective Mark Redfield (a quien le agradezco por haber estado, de incógnito, en el lanzamiento del libro), pude comenzar la redacción de estas páginas cargadas de nombres. |
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SE HA DICHO: "El hombre de los mil nombres, escrita
por el bogotano Ricardo Silva Romero es, en palabras de su autor, “una
biografía autorizada del difunto Lester Brown”, cineasta nacido en 1920 y
asesinado en 1993 bajo el nombre de Philip Jacobs. Comparada con su
producción anterior en narrativa, este libro “documental” se aleja de
los escenarios y personajes propios de las obras previas, más no de la
idea que está presente en toda la obra del bogotano, la búsqueda de otro
que sustituya al Yo envuelto en una situación determinada (si en Relato
de Navidad en La Gran Vía es el adolescente que entra a una casa ajena y
entreteje su biografía con la biografía de los habitantes del
apartamento que ha invadido, en especial con el más joven y cercano a su
edad –el mismo Silva Romero–; en Tic es el abogado frívolo que, por
razones que el autor no aclara, termina metido en el cuerpo del pediatra
de sus hijos, quien a su vez entra al cuerpo del abogado; y en Parece
que va a llover, si bien no hay una situación explícita de cambio de
identidad, el mismo desplazamiento de la protagonista se convierte en
una metamorfosis). De hecho –y esta es la idea que se busca probar
aquí–, El hombre de los mil nombres se convierte en la prueba más clara
de ese “fantasma” que es el hilo conductor de sus novelas, aun cuando
Silva lo niegue". Andrés Sánchez, profesor universitario (en Otro lunes).
"El hombre de los mil nombres, por obvias razones, se convertirá en un libro de culto para los cinéfilos. Sin embargo, me parece importante resaltar que su trama no es excluyente ni de gueto. La aventura humana de su protagonista puede llegar a conmover a cualquiera. Fue un gran hombre y un genio pero sus mejores batallas fueron batallas cotidianas que recuerdan la idea central de It’s a Wonderful Life, de Frank Capra: ninguna existencia vivida a fondo es inútil. Aunque este no es un libro fácil de definir. Es una mezcla de biografía y de relato policial. Es la historia de un hombre que es asesinado como Philip Jacobs pero que nació como Lester Brown y durante su vida tuvo otras identidades. Es la historia real y pública de Hollywood –es decir del oprobio y el esplendor, del vil negocio y el arte– y la desgarrada y admirable historia íntima de un productor a quien el cine lo salva de la locura y el suicidio y lo redime de sus dramas familiares y de la intolerancia de la sociedad en que vive. ¿Se trata de hechos reales o ficticios? Aceptemos, en gracia de discusión, que hay hechos reales y hechos ficticios. Hay testimonios en apariencia falsos, dichos por personas que existen o existieron y testimonios con fuerza de verdad dichos por personas en apariencia ficticias. Aquí lo falso, en forma deliberada, se entrelaza con lo verdadero. Las citas de libros, películas, directores y páginas de internet, que pueden o no ser ciertas, son un guiño que el narrador le hace al lector y una invitación a un juego de homenajes que lo obliga a permanecer atento. Pero este pequeño juego, divertido y encantador en sí mismo, hace parte de un juego mayor. El objeto final de esta actitud mistificadora, paradójicamente, es decir la siguiente verdad: es imposible que esta productor de cine no haya existido porque necesitamos de sus maravillosas películas, porque sin ellas el cine se empobrecería irremediablemente. Por lo dicho antes, yo he leído El hombre de los mil nombres como una novela, pero desde luego su riqueza consiste en que puede leerse perfectamente como biografía, thriller policial o historia del cine. Es más, no estaría dispuesto a pelear con alguien que me dijera que vio una película de Philip Jacobs (o Lester Brown) como tampoco lo haría con alguien que me dijera que leyó un artículo de Pierre Menard en una revista francesa. Y, desde ya, compadezco a los libreros que se armarán un lío a la hora elegir un stand para exhibirla en las librerías. Entonces, retomando mi interpretación, diría con Vargas Llosa que las novelas son mentiras verdaderas, mentiras que proclaman la verdad de lo que somos o nos gustaría ser, en contra de lo que es el mundo. Por eso están en desacuerdo con la realidad y se proponen corregirla. ¿Lo consiguen? Cervantes, el primero, el gran maestro, nos enseñó que sí y que el novelista que no tenga la sólida convicción de burlarse de la realidad y ponerla a tambalear está perdido". Luis Fernando Afanador, crítico de libros de Semana. |