Sobremesa (2000)
Doña Eulalia Chacón, la dueña absoluta de Antena Total, el famoso canal de televisión, invita a cuatro libretistas a comer a su mansión en el norte de Bogotá. Es una gran celebración. Las dos telenovelas del canal, El malnacido y María Cristina me quiere gobernar.
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Quién suicidó a la doctora Marina Agudelo (1996)
Era jueves y no había podido ir al baño desde el martes. Una herida en mi labio superior me estaba matando y no tenía un solo cliente desde hacía tres semanas. El banco había embargado todos mis bienes, comenzaba a sentir la gripa de moda en Bogotá, mi mamá se había muerto en un accidente de tránsito, a mi tío le habían diagnosticado cáncer y a mi hijo de nuevo se le había quedado atrapada la cabeza en el ascensor.
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Diluvio (1999)
En la pared, sobre la cabecera de la cama, un grabado de Gustave Doré: es el primer diluvio universal. La tierra no tiene cielo, y el océano, lleno de la rabia del mundo, persigue a los hombres y a las mujeres por las ramas de los árboles y por los precipicios. Un padre, desde las profundidades de la inundación, trata de salvar a su hijo recién nacido.
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Una vacante (1999)
No, mijita: usted no sabe lo que me pasó, usted no se imagina lo que ha sido esto. No se imagina. Eso ha sido un corre corre todo, pero todo el día: vaya para acá, vaya para allá; atienda al uno, atienda al otro; vaya al banco, haga la fila; que al mercado, que al colegio de la niña, porque, claro, así tenía que ser, Pacho está que dizque en un congreso de yo no sé qué cosas, una cosa de esas de seguros, en Filadelfia, y preciso me dejó a la niña, a Pachita, sí, divina, ¿le conté que ya sabe decir “abuelita” en inglés?
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El secuestro del doctor Espitia (2001)
La fábula empezó años y años antes, cuando sobre el silencio aparecieron los primeros traumas y las primeras cicatrices, pero nosotros sólo conoceremos un día. Ese. Camilo llegó del colegio a las cinco de la tarde. Estaba cansado y asoleado y soñaba con tomarse una Coca-Cola helada, quitarse los zapatos y ver la telenovela de las cuatro y media. Eran otros tiempos.
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El oficio más triste (2001)
Es el día de Navidad. Siento que me falta escribir algo, pero no sé bien qué es. No, no puedo haber terminado tan rápido. Siempre acabo a la una de la mañana. Fernando, el editor, siempre termina mirando lo que escribo por encima de mi hombro. Odio esta esquina. Detesto mi cubículo. Estoy muerto del calor y ya no tengo más prendas para quitarme. Estoy en camiseta y he pensado seriamente en sacarme los zapatos.
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La bufanda (2002)
Mi bufanda favorita no aparecía por ninguna parte y mi esposa trataba de convencerme de que jamás la había comprado. Yo, por supuesto, sospechaba de ella. Llevábamos treinta años de casados, pero todo el tiempo, cuando algo malo me ocurría, sospechaba de ella.
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El diario de Lisa Lee (2000)
Todos, menos yo, ya lo sabían. Yo iba a llenar estadios y a firmar autógrafos el resto de mi vida. Iba a ser imitada por las adolescentes del mundo occidental y sí, modestia aparte, gran parte del oriental. La gente se enteraría de mis pasos y de mis gestos. ¡Qué responsabilidad! Me pedirían que los iluminara, que les dijera por dónde comenzar y para dónde ir, que sufriera las dichas y las frustraciones por ellos, antes que ellos. Sí, algunos se alimentarían de su propia envidia. Algunos serían capaces de acusarme de suplantaciones y de falsedad, pero como dice mi manager: "por cada ángel, vienen cien mil demonios".
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Cuento sin la letra ese (1998)
Once de la mañana del día de Navidad. Un tipo entra en el bar de mala muerte en donde evito la felicidad de afuera. El veinticuatro de diciembre ha llegado como el peor día de la vida, y, como acaban de echarlo de la fábrica y ha llegado muy temprano al apartamento y ha encontrado a la mujer con otro, el pobre tipo ya ha perdido, en alguna parte, la corbata y el zapato izquierdo. Yo, muerto del frío, agotado, torpe, hago, en mi cuaderno cuadriculado, un cuento que no puede tener ninguna palabra con la letra que, en el abecedario, aparece entre la "erre" y la "te". Porque, aunque....
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El accidente (1994)
Las calles viajaban con la misma velocidad que el carro pero no iban hacia el mismo lado. Conducía mientras veía por la ventana, a través de la lluvia que cruzaba el vidrio, los rostros de la gente que trataba de correr sobre el agua y bajo el agua. La música en la radio lo obligaba a viajar un poco más rápido y lo ayudaba a olvidarse, por momentos, de lo que estaba haciendo. Cuando sintió que había atropellado a alguien supo que estaba cometiendo un error......
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Los disfrazados (1992) (fragmento)
El señor Augusto Casas se detestaba a sí mismo. No le gustaba su nombre ni su personalidad. Nadie lo quería (su mamá no le pasaba al teléfono, su perro lo ignoraba, su novia le ponía los cachos con un vecino anciano) y detestaba su trabajo de oficina. A todos nos rechazan alguna vez: Augusto Casas era rechazado siempre......
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