Pobres angelitos
Todos los seres humanos merecen respeto, todos los seres humanos son dignos de compasión. Excepto, quizás, los niños actores. Es cierto que el acné juvenil acaba con sus carreras. Es verdad que, apenas se asoman a una adolescencia anoréxica, tienden a ser arrestados por posesión de drogas.
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Elogio de las noticias lindas
Mi teoría es que el mundo sería un poco mejor si, antes de emprender cualquier idea mala (ejemplos: antes de subirse a una chiva rumbera, antes de filmar Cartas al gordo), nos hiciéramos la siguiente pregunta fundamental: ¿qué van a pensar los extraterrestres de esto cuando vengan?
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Colombia según Hollywood
En el cine, por mal que a uno le vaya, le va mucho mejor que afuera. Yo, que siempre entro por entrar, por vivir la experiencia una vez más, tengo que hacer un gran esfuerzo para encontrarle “peros” al plan.
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Yo sí entiendo las películas
Por estos días de cine –uno cambia todo el tiempo- he llegado a aceptar que sobretodo me interesan las comedias. ¿Por qué? Porque uno igual entra a todas las películas con ganas de reírse. Y resulta menos vergonzoso, para cualquier espectador bien educado, soltar toda la risa almacenada cuando es ese, hacer reír al público, el principal objetivo de los productores.
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Babe es un cerdo
Hoy me veo en la penosa pero necesaria tarea de denunciar la farsa del puerquito valiente: el tal Babe. Y de poner en evidencia, por su conducto, a todo un gremio que ha explotado nuestras culpas para empobrecer nuestras culturas
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Yo no les veo el chiste
Lo más desagradable de las baladas románticas es que, cuando aparecen, de golpe, en la radio, uno corre el riesgo de sentirse identificado. Son cursis. Son melosas. Son de mal gusto. Pero uno puede amanecer convertido en ese tipo de persona. Uno puede tener las defensas abajo. Y pensar en alguien de carne y hueso cuando los gemelos venezolanos Servando y Florentino canten a todo pulmón el verso “quiero ponerle apellido a tu nombre”.
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El método Silva de control mental
Tenemos los ojos cerrados. Ya hicimos limpieza mental y le dijimos a cada uno de nuestros malos sentimientos “cancelado, cancelado, cancelado”. Hemos pronunciado las palabras “tres, dos, uno” en el último piso de nuestras mentes, una por una por una, y estamos a punto de programarnos para no sentir miedo, erradicar los dolores de cabeza y digerir las horribles noticias del día. La gravedad no existe, no tenemos pies, somos invisibles. Recorremos el lugar del mundo que nos hace felices.
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Himno Nacional de Colombia
Coro:
¡Qué bonita es la vida, ay,
qué teso es “El Patrón”!
¡A punta de favores
el man corona allá!
¡Y el man corona allá!
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Valiente testimonio
Desde marzo de 1981, hasta hoy, he visto televisión todos los días. Creo que tenía un poco más de cinco años cuando me puse en la tarea por primera vez. Y calculo que las sesiones diarias han durado unas dos horas por lo menos. Teniendo en cuenta que desde entonces han pasado 23 años, 276 meses y 8395 días, puedo jurar por Dios que he pasado 16060 horas de mi vida frente al aparato. Lo que en el mundo de las estadísticas significaría, lo sabemos, el 6 % de mi biografía.
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Lo que aprendí leyendo El Espacio
Siempre que pienso en la primera plana de El Espacio (es decir, siempre que mi paranoia ve en la calle los posibles titulares del día siguiente) pienso en aquella extraordinaria noticia de hace unos siete años, que decía: “Osvaldo Ríos se confiesa: ¡me encanta que me chupen las tetillas!” En ese entonces, septiembre de 1997, yo dictaba clases de literatura en un colegio que no viene al caso.
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Confieso que veo Padres e hijos
La confesión está hecha. Sólo falta responderle “por qué” a un auditorio defraudado que me mira (los veo: mis papás se tapan la cara, mis profesores se suenan las lágrimas, mis amigos gritan “que no estoy” cuando los llamo por tercera vez esta mañana) como si en vez de haber dicho “veo Padres e hijos después del almuerzo” acabara de reconocer que cargo conmigo una aberración que tiene que ver con gabardinas abiertas en oscuros jardines infantiles.
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Elogio del extra
Es nadie. Aparece en la película, nadie lo niega, pero ni siquiera es el primo de algún conocido de cualquier personaje secundario. No pronuncia ni una sola frase. No estornuda ni da un paso en falso ni mira mal a los protagonistas. Solamente pasa por ahí, nada más está ahí. En la vida real, en las aceras de las calles que nos vemos obligados a recorrer, sería otra de las personas desenfocadas que nos cruzamos.
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