Elogio de las noticias lindas

Mi teoría es que el mundo sería un poco mejor si, antes de emprender cualquier idea mala (ejemplos: antes de subirse a una chiva rumbera, antes de filmar Cartas al gordo), nos hiciéramos la siguiente pregunta fundamental: ¿qué van a pensar los extraterrestres de esto cuando vengan? Y ha sido así, con ese interrogante en mente, que he llegado a la conclusión de que debemos sentirnos orgullosos de las absurdas secciones de farándula de los noticieros de televisión, porque, cuando vengan, cuando encuentren los casetes que lo prueben todo, los marcianos van a creer que fuimos una raza sonriente, con buenas piernas y serios problemas de aprendizaje, que se empeñó en fingir que el planeta no era una cadena de holocaustos. Si no hubiera sido por aquellas noticias ligeras (a propósito: los Beckham van a tener su propio reality), si no hubiera sido por esos chismes del mundo del espectáculo, dirán los seres espaciales, estos individuos extraños se habrían dado cuenta de que la extinción estaba a la vuelta de la esquina.

A veces uno se confunde, y tiende a pensar que el mundo es el infierno, mientras se entera por boca de la presentadora de turno de cómo le fue a Paris Hilton en la fiesta del viernes o de cómo perdió Michael Jackson su nariz en el café de la mañana. A veces uno se deprime cuando, después de una cadena de las malas noticias del mundo, en aquellas secciones de farándula en las que no son una sino dos presentadoras, la primera le dice al aire a la segunda “Caro: ¿qué hiciste al fin anoche?” o “Adri: cómo estás de linda” o “Márgara: ¿que te sentó mal la lechona del domingo?” En fin. Lo que en verdad quiero decir es que estas “noticias positivas”, bien pensadas, son una contundente declaración de principios. El equivalente al “y qué” con el que los niños groseros responden a algunos regaños. Sí, ahí, en los titulares de los noticieros de televisión, recordamos que el planeta se cae a pedazos, que la sobrepoblación hace inviable el futuro de la humanidad, que el dinero a como dé lugar gobierna cualquier país que elijamos en el mapamundi. Y las secciones de farándula nos dicen: “y qué”. Que el congreso está lleno de amigos de criminales. Y qué. Que alguien propone prolongar eternamente a este presidente. Y qué. Que un hombre perdió a todos sus hijos en el monte. Y qué.
Es, no cabe duda, un acto de valentía. Quizás sea un acto vergonzoso. Tal vez sea decadente. Acaso sea de mal gusto, escabroso, lamentable, puerco. Pero no deja de ser valiente preocuparse por el divorcio de Reese Whiterspoon o de la hija rara de Tom Cruise cuando la noticia del día es una bomba en una escuela de Bagdad.

Y para eso están ellas. Por la pantalla pasan las noticias tremendas del país, las del mundo, las de los deportes. Y entonces aparecen ellas. Qué energía positiva. Qué seguridad en sí mismas. Antes, cuando no había canales privados, se limitaban a dar un par de noticias en un par de minutos.    Ahora no. Ahora se toman el noticiero, como las chivas rumberas agobian las calles, desde el mismísimo arranque. Ahora le dedican toda su buena voluntad a hablar de lo que sucede en las oficinas de sus empresas (como si fueran un mundo autosuficiente, una forma de ser) como si fueran el equivalente televisivo de un anuario de colegio. No han dejado de hacer el ridículo, de hacer malas preguntas, de dejar sin volumen, mientras caen los créditos, a los cantantes que visitan el estudio. Pero, eso sí, han ganado en entusiasmo, en simpatía, en cirugías plásticas. Y van a darnos “las buenas noticias del entretenimiento” (entre otras: Oprah Winfrey gana 1, 5 billones de dólares al año) hasta el día del juicio final.

Y entonces, ya que estamos en el Apocalipsis, ¿qué pensarán las extraterrestres de estas secciones de farándula, presentadas por estas vagas bonitas del curso, que en un par de años serán lo único que quede de los noticieros? Pensarán (esa es, por hoy, mi teoría) lo mejor que puede pensarse de nosotros: que ser humano es fingir que nada malo está pasando.