Calificación: **1/2. Título original: Nadie conoce a nadie. Año de producción: 1999. Guión yDirección: Mateo Gil. Producción: José Luis Cuerda. Música: Alejandro Amenábar. Actores: Eduardo Noriega, Jordi Mollá, Natalia Verbeke, Paz Vega.
Nadie conoce a nadie, la primera película del guionista Mateo Gil, es un relato envolvente. Su atmósfera, que desemboca en las imágenes de la Semana Santa en Sevilla, recrea, con pulso, la de los misteriosos juegos de rol, y su historia, la tragedia de Simón, un hombre común y corriente que de un día para otro y por cuenta de El Sapo, su compañero de apartamento, se descubre atrapado en las redes de un juego superior a sus fuerzas, afecta al espectador desde el comienzo y trae a la memoria, de paso, algunas obras maestras del suspenso y la paranoia: North by northwest, Marathon Man, Búsqueda frenética.
La atmósfera y la historia tendrían que ser suficientes. Pero no, algo molesta. El juego, el plan enfermizo, la peligrosa trampa en la que cae Simón resulta tan exagerada, tan fuera de proporciones, que al final recuerda un poco, por lo ridícula, a la venganza del Jefe Dreyfus, el lamentable enemigo del Inspector Clouseau en las películas de la pantera rosa. La escena de las pistolitas láser podría ser una de las más vergonzosas de la historia si no fuera por la enésima presentación, antes de comenzar la película, de ese cortometraje criollo sobre una familia que durante semanas debe someterse a una dieta de puré de papas con jugo de guayaba porque el padre sufre de diarrea. Ese corto salva a cualquiera.
Nadie conoce a nadie no sólo nos revela el talento de un cineasta del que cabe esperar obras mucho más interesantes, sino que nos recuerda la poderosa y cegadora influencia que el cine norteamericano ha ejercido sobre esta nueva generación de realizadores españoles.