El problema de fondo es una puesta en escena llena de pequeños deslices (en las actuaciones, la música y el montaje de ciertas secuencias) que le restan verosimilitud a lo que está sucediendo.
El secuestro ha sido visto por el cine como un arma política escalofriante (Patty Hearst) o como una pesadilla gobernada por un loco (El coleccionista). Ha sido el origen de obras tan brillantes como la italiana Buenos días, noche o tan lamentables como la norteamericana Prueba de vida. Y ha dado lugar a escenas memorables en algunos de los mejores largometrajes colombianos de estos últimos años: desde Sumas y restas hasta El Colombian Dream. Antes de reclamarle sus descuidos, antes de sacarla de la lista de las mejores producciones sobre el tema, hay que agradecerle a La milagrosa, opera prima del realizador mexicano Rafa Lara, que no reduzca a los captores ni a víctimas heroicas ni a victimarios enloquecidos, que se mantenga en su trama y que tenga un par de secuencias perturbadoras.
La milagrosa es la historia de un arrogante joven de clase alta, el desdibujado Eduardo Villarreal, que no hubiera entendido el conflicto del país si no hubiera sido secuestrado. Sin embargo, Lara evita con elegancia los estereotipos: logra, aunque patine en el proceso, que en su narración no todos los ricos sean idiotas ni todos los pobres de buen corazón. Y consigue capotear las dos ideologías imperantes en Colombia, esa venganza colectiva que convierte a los insurgentes en bichos exterminables y esa trasnochada mirada política que se resiste a tratarlos como delincuentes, centrándose en los retratos de una serie de seres atormentados por nuestras desigualdades sociales.
Sería un trabajo notable, mejor dicho, si no fuera por una puesta en escena que desatiende ciertasactuaciones, que no logra sobrevivir a una banda sonora tipo exportación que nunca viene al caso y que se queda corta siempre que intenta emocionar al público con escenas sacadas de la manga. Es, por decir lo menos, desconcertante: el narrador entiende el mundo que narra, pero permite que algo falso, efectista, hollywoodense en el peor sentido del adjetivo, arruine los momentos claves de su narración.