Gracias a su montaje de mal sueño, a aquella estupenda música de Ennio Morricone que nos hace sentir en una película de Hitchcock, a esa serie de conmovedores personajes secundarios que le dan la mano a la protagonista y a la maravillosa interpretación de la actriz rusa Kseniya Rappoport, pasamos por alto muchas de las torpezas de La desconocida: una trama plagada de cabos sueltos que se enreda muchísimo más de lo necesario, una serie de secuencias efectistas que no le agregan nada al relato, un larguísimo final que se salva, por poco, de parecer un video institucional contra la trata de blancas. Se ve este largometraje dramático con interés, con ganas de que Irina se repare a sí misma alguna vez, pero se llega al final con el cansancio del que ha tenido mucha paciencia.
El montaje endiablado, que recoge, para ser justos, la angustia en la que vive la heroína, sólo nos deja notar hasta la mitad de la trama que Tornatore no ha confiado ni en el suspenso ni en el melodrama para contar su historia. La música de Morricone, cómplice de tantos directores, también trata de vendernos este documento interesante como una apasionante pesadilla en la tradición de las bandas sonoras que Bernard Herrmann compuso para Vértigo o Los pájaros. El reparto de buenas personas en medio del horror, la vieja niñera que cae en desgracia, el portero solitario que trata de no enloquecer y la partera que no sabe a quién serle leal, entretienen nuestra sospecha de que estamos ante una producción que no sabe qué quiere. Y la fascinante actriz protagonista nos impide pensar, porque la seguimos donde quiera, qué es lo que no está funcionando.
Pero al final, en la escena que cierra la odisea de esa mártir que es Irina (que es perseguida, como tantos personajes de Tornatore, por un pasado que no se puede borrar), queda claro que para devolver las cosas a su cauce no eran necesarios tantos trucos baratos de largometraje de suspenso ni tantos giros de relato que no cree en lo que cuenta.