21 cuenta la aventura verdadera de un grupo de brillantes estudiantes del MIT que, guiados por un profesor maquiavélico, aprendió a ganar en las mesas de Blackjack de los casinos de Las Vegas sin recurrir a nada más que a pequeños trucos matemáticos. Pero el director Robert Luketic, autor de éxitos de taquilla de la talla de Legalmente rubia (2001) y Mi suegra es un monstruo (2005), se la juega por contarlo todo como si a la larga no fuera tan interesante: en sus manos efectistas, que recurren a los clichés más vergonzosos, los horrores que enfrenta el aventajado estudiante Ben Campbell –que ha entrado en el equipo de jugadores para recaudar los 300.000 dólares que le faltan para estudiar en Harvard- quedan reducidos a las locuras de un héroe juvenil en un entretenido episodio de una serie de televisión para espectadores entre los 15 y los 17 años.
21 cruza tres géneros del cine gringo de los últimos años, tres por lo menos,como un relato que no sabe bien a dónde ir. Primero está el del personaje triste e impopular que alcanza la celebridad en el colegio en el que estudia o en la oficina en la que trabaja (podría decirse que escala socialmente) tras hacer a un lado a sus verdaderos amigos: Can’t Buy Me Love (1987) o El diablo viste a la moda (2006) son buenos ejemplos de ese tipo de relato. Después viene el del descenso a los infiernos de un hombre bueno que se ha dejado tentar por el dinero fácil: ahí están las geniales Casino (1995) y Rounders (1998). Y cuando se queda sin aire, cuando no sabe qué más hacer para hacer atractiva la anécdota, se saca de la manga el género del timador timado: quien ha visto maravillas como El golpe (1973) o Dos pícaros sinvergüenzas (1988) sabrá bien de qué estamos hablando.
Lo
peor de 21 es, pues, que, como juega
tres juegos al tiempo, al final no gana en ninguno. Roba mal, sin ningún pudor,
sin ninguna elegancia, todo lo que puede de las buenas películas. Sus
personajes, desde su héroe inocente hasta su villano diabólico, desde su novia
leal hasta su oponente arrogante, son personajes ya vistos. Nos sabemos sus
escenas de memoria. ¿Secuencia con cara de video musical en la que se muestra
cómo el protagonista se deja llevar por su nueva vida? Ya. ¿Escena de sexo en
la penumbra que parece un comercial de ropa interior? Ya. ¿Persecución
angustiosa en la larga cocina del casino? Ya. A ninguna se le han buscado
variaciones. Ninguna ha sido repetida con energía.
En fin. Quién los entiende. Todo indica que la idea era crear un producto que se olvidara tres horas después, tal vez un poco menos, como si no fuera una inolvidable historia de la vida real.