Calificación: ***1/2. Título original: The Wind That Shakes the Barley. Año de estreno: 2006. Dirección: Ken Loach. Guión: Paul Laverty. Actores: Cillian Murphy, Liam Cunningham, Orla Fitzgerald, Padraic Delaney, William Ruane, Mary O'Riordan, Mary Murphy, Laurence Barry.
La mejor manera de hablar de la contundente El viento que acariciaba el prado es presentar a su estupendo director: el británico Ken Loach. Si mal no recuerdo, esta es la primera película del cineasta inglés que se estrena comercialmente en Colombia. Alguna habrá sido proyectada en alguna edición de Eurocine. Alguna habrá llegado a algún cineclub universitario. Pero ninguna, ni siquiera las más famosas, ni Tierra y libertad (1995), ni Mi nombre es Joe (1998), ni Pan y rosas (2000), han pasado un par de semanas en nuestras salas de cine. Así que es una buena oportunidad para hablar de una carrera que nos ha invitado a ver compasivamente las peores realidades del mundo.
El viento que acariciaba el prado, ganadora de la palma de oro en el festival de Cannes de 2006, es como son los largometrajes de Loach: realista, desadornada, sensible. Cuenta la historia de un estudiante de medicina, Damien O'Donovan, que, cansado de los atropellos de los ingleses, dispuesto a todo con tal de echar a los invasores de su territorio, decide enrolarse en el mismo ejército revolucionario irlandés en el que su hermano Teddy se ha alistado hace unos meses. Es 1919. El comienzo de una confrontación que se transformará, tres años más tarde, en esa guerra civil entre irlandeses pragmáticos (que firmarán un tratado de paz con el gobierno británico) e irlandeses idealistas (que se negarán a tranzar con un imperio que no respeta culturas ajenas). Será una batalla que durará décadas y décadas. Y que, en el drama de la película, separará irremediablemente a los dos hermanos O'Donovan.
Loach, que acaba de cumplir 70 años, siempre ha tomado partido en sus relatos. Y esta vez no ha sido la excepción. En El viento que acariciaba el prado está, como siempre, del lado de los maltratados, de los marginados, de los que no tienen las mismas oportunidades en la vida. Vale la pena aclarar una cosa: Loach no ha negado, nunca, esa mirada de izquierda que lo convirtió en un documentalista estrella de finales de los sesenta, que lo apartó de las salas de cine hasta finales de los ochenta y que lo hizo merecedor, en los noventa, de tantos reconocimientos de primer orden, pero su enfoque socialista, alejado (por muy poco) de lo propagandístico, no ha arruinado ninguna de sus narraciones.
El viento que acariciaba el prado es una conmovedora película sobre las debilidades humanas. Bien interpretada, bien filmada, bien contada, no nos deja olvidar que podemos perder la cabeza en cualquier momento. El final es aplastante. La conclusión es evidente, es cierto. Tiene algo de parábola, algo de moraleja. Pero la forma segura, valiente e incansable como Loach nos lleva a ella, después de tantas discusiones, de tantos momentos angustiosos, de tantas escenas en las que se lamenta la miseria humana, es la prueba de que estamos ante la obra de un verdadero maestro del cine.