Calificación: **1/2. Título original: 15 minutes. Año de producción: 2001. Guión y Dirección: John Herzfeld. Actores: Robert de Niro, Ed Burns, Kelsey Grammer, Karel Roden, Oleg Taktarov, Kim Catrall, Charlize Theron.
La película iba muy bien. Se le perdonaba que, después de media hora, no hubiera sido capaz de darle vida a sus personajes. No importaban su inverosimilitud ni su marcado tono de serie televisiva. Se le aceptaba cualquier cosa: que insistiera una y otra vez y al infinito en una crítica que cualquier persona normal, razonable y bien alimentada, entendería en el primer intento; que los periodistas, los testigos y los sospechosos parecieran determinantes para el relato, pero no, nunca, lo fueran; que se siguieran, de cerca y con fascinación, las peripecias de un par de psicópatas de Europa del Este.
Todo podía justificarse: eran rasgos de una historia arriesgada. Pero, en un punto del extenso metraje, todo se fue abajo. Se hizo evidente que la trama de 15 minutos sólo iba a desenredarse con tonterías, sangre y explosiones, que la narración era, en verdad, una idea, y que no había identificación con los personajes sino afecto por los actores. El comienzo y el final eran tan largos, tan deformes, que parecían haberse rebelado en la sala de montaje.
El problema es, tal vez, que la historia corre, sin éxito, el riesgo de no ser de nadie. La aventura de los criminales que viajan a Nueva York para reclamar su parte de un botín del pasado, y en el proceso descubren que los asesinos norteamericanos suelen convertirse en celebridades llenas de dinero, le da paso a la aparición de un policía que se ha hecho amigo de los noticieros, que en teoría tiene problemas con el alcohol y ha pasado a la fama por la captura de un peligroso asesino en serie que ya ha vendido, por un millón de dólares, los derechos de su vida. Hasta ahí bien. Bien si no aparecieran un honesto jefe de bomberos, un venenoso presentador de noticias y una nerviosa reportera que llega antes que todos al lugar de los hechos: tampoco sabremos mucho más de ellos. Salvo que, de vez en cuando, son los protagonistas.
15 minutos es, pues, una crítica despiadada que, en la superficie de una puesta en escena sin pies ni cabeza, termina por convertirse en un regaño. Parte del machacado teorema de Andy Warhol -"todo el mundo será famoso durante quince minutos", o algo así- y deplora, escena por escena, una de las más recientes debilidades humanas: la vergonzosa necesidad de salir en la televisión. Tenía a su favor una estupenda nueva escena de Robert de Niro frente a un espejo y unos asesinos que se oían apasionantes. Tenía de su lado que todos mantenemos una relación de amor y odio con los medios. Que cuando los recibimos, contaminados de farándula y sensacionalismo, queremos botarlos a la basura o apagarlos porque, aunque posan de honestidad y de equilibrio, tarde o temprano casi todos se parecen a El Espacio. Pero un actor, una escena, o una idea no son capaces de sostener un relato. Y, cuando se trata de lanzar una ironía, quince minutos son más que suficientes.