El último rey de Escocia

Calificación: ***. Titulo original: Last King of Scotland. Año de estreno: 2006. Dirección: Kevin Macdonald. Guión: Jeremy Brock, Peter Morgan, Joe Penhall, basado en la novela de Giles Foden. Actores: James McAvoy, Forest Whitaker, Kerry Washington, Gillian Anderson, Simon McBurney.  

Los tiranos son amables en visita: el carisma, la simpatía y la rapidez mental de aquellos peligrosos hombres que han llegado al poder (¿no es peligroso, en últimas, cualquiera que busque llegar al poder?) suelen enceguecer, una por una, a todas las personas que los rodean. Es eso, esa incontenible fascinación por la figura que gobierna, ese infantil temor reverencial por el que tiene la fuerza de su lado, lo que le sucede al médico escocés Nicholas Garrigan cuando conoce el dictador de Uganda, Idi Amin Dada, en el cruce de un par de caminos polvorosos. Pronto, tentado por las comodidades que trae la vida en el centro del régimen, el inconsciente Garrigan abandonará el pequeño puesto de salud en donde trabaja para convertirse en el doctor personal (podríamos decir "la mano derecha") de uno de los presidentes más temidos en la historia del mundo: aquel general del ejército que medio en chiste, medio en serio, al tiempo que hacía desaparecer a por lo menos 300 mil personas, se hizo llamar "el conquistador del imperio británico", "el señor de las bestias de la tierra y los peces del mar" y "el último rey de Escocia"

No cabe duda de que el trabajo del actor Forest Withaker, en el papel del presidente Amin, es suficiente para hacer de El último rey de Escocia una película imperdible. No era nada fácil componer a ese personaje aniñado que vivía convencido de que querían envenenarlo, que organizaba pequeñas orgías en su piscina para animar a sus amigos deprimidos, que podía mandar a descuartizar a cualquier traidor unos minutos antes de visitar a alguno de los hijos que tuvo con alguna de sus tres esposas. No era nada fácil, decíamos, convertirse en semejante monstruo sin despojarlo de su humanidad, y Whitaker, el Charlie Parker de Bird, el mecánico dolido de Smoke, el samurai de Perro fantasma, lo consigue desde la primera vez que le sonríe a la cámara. Consigue también, aunque tal vez esto deba reconocérsele al director Kevin Macdonald, no tragarse las escenas en las que aparece, no robarse el show, sino limitarse a matar del susto a aquel médico Garrigan que en verdad es el protagonista de este largometraje basado en una novela aplaudida desde 1998.

El último rey de Escocia no es una producción para esos espectadores que no pueden dormir después de ver imágenes violentas. Tiene, de hecho, una de las escenas más brutales que se han filmado en el cine de estos últimos años: una tortura despiadada. Puede sentirse, de pronto, que, aunque se trate de una simple ficción que cuenta la excursión de un insensato por el infierno del poder, no hubiera sobrado darnos una idea (desde afuera, desde el mundo) de la importancia histórica de Amin: se habría evitado, piensa uno, esa atmósfera de pocos personajes que vuelve fábula ejemplar a semejante tragedia. Y sin embargo ahí estamos hasta el final, casi sin aire, con ganas de no querer a ese salvaje.