Calificación: ***1/2. Titulo original: Flags of our Fathers. Año de estreno: 2006. Dirección: Clint Eastwood. Guión: William Broyles Jr. y Paul Haggis, basado en el libro de James Bradley y Ron Powers. Actores: Ryan Phillippe, Jesse Bradford, Adam Beach, Jamie Bell, Barry Pepper, Tom Verica, Paul Walker, Robert Patrick, Neal McDonough, Joseph Cross, Melanie Lynskey.
Ya se sabe, en este punto de su obra, que los personajes del cineasta norteamericano Clint Eastwood deben acostumbrarse a vivir con sus pasados. William Munny, en Imperdonables, trata de soportar el recuerdo de los días en que fue un asesino indolente. Los hijos de Francesca Johnson, en Los puentes de Madison, abren las cajas secretas de la historia de amor que selló la vida de su madre. Los tres amigos de Río místico descubren, en el momento menos esperado, que nunca podrán sacar de sus cabezas la tarde terrible en que dejaron de ser los niños que eran. Y ahora, en la perturbadora La conquista del honor, que en inglés lleva el título de Banderas de nuestros padres, los seis inocentes soldados de la segunda guerra mundial que fueron fotografiados, en la cima de la isla de Iwo Jima, en Japón, mientras levantaban el asta de la bandera estrellada de Estados Unidos, se ven perseguidos por los horrores que estuvieron detrás de aquella imagen.
No se siente uno cómodo frente a La conquista del honor. Tiene, como Los puentes de Madison, una elegante estructura narrativa que viene y va desde los recuerdos de sus personajes principales. Y consigue, como Río místico, un extraño tono trágico, una extraña tristeza que no deja en paz a ninguna de sus escenas. La cuidadosa producción de Steven Spielberg, autor de El imperio del sol, La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan, parece exigirles a las secuencias de guerra un realismo que agota al auditorio. Y la historia que elige contar, la deprimente gira por Estados Unidos de tres de los sobrevivientes de esa icónica fotografía tomada el viernes 23 de febrero de 1945, nos obliga a pensar en lo frágiles que son esos héroes que tarde o temprano convertimos en espectáculos de feria, en lo innecesarias (lo amañadas, lo rentables) que han sido las guerras de los últimos sesenta años, en lo entorpecedor que puede ser el pasado cuando no se consigue entender (puede ser el ejercicio de toda una vida) que sólo se vive en el presente.
En las próximas semanas se estrenará, en Colombia, la segunda película valiente que ha filmado Clint Eastwood, en apenas unos meses, sobre el infierno de Iwo Jima: todo parece indicar que entonces, cuando la inesperada Cartas desde Iwo Jima (que se encuentra compitiendo por el premio Óscar a la mejor película) nos permita conocer la batalla desde el desapasionado punto de vista japonés y nos conceda el honor de ver a un grupo de hombres que se entregan a la muerte como a un día siguiente, veremos con otros ojos las vidas malogradas que hemos visto en La conquista del honor. Estamos, en cualquier caso, ante un acontecimiento insólito en el cine de estos últimos años: un largometraje en dos partes, en dos idiomas, en dos tiempos, sobre lo absurdo, lo costoso, lo tonto, que es llegar a pensar en otro hombre como un enemigo.