Diamante de sangre

Calificación: ***. Titulo original: Blood Diamond. Año de estreno: 2006. Dirección: Edward Zwick. Guión: Charles Leavitt. Actores: Leonardo DiCaprio, Jennifer Connelly, Djimon Hounsou, Arnold Vosloo, Ntare Mwine, Caruso Kuypers.  

Y en medio de su realismo doloroso, después de mostrarnos cómo la gente de Sierra Leone ha sido perseguida, empobrecida y masacrada sin asomos de culpa por traficantes de piedras preciosas, cierta falsedad de película de antes se asoma en la apasionada Diamante de sangre. No es, de ninguna manera, una sorpresa. Es la marca de estilo de su director, Edward Zwick, que suele hacer grandes películas (pensemos en Tiempos de gloria, Leyendas de pasión y El último samurái) que giran mucho más de la cuenta hasta llegar a finales grandilocuentes, moralejudos, que por poco arruinan (a veces lo arruinan del todo) el buen trabajo de las primeras dos horas de largometraje. No es nada fácil mezclar cine de denuncia tipo Hotel Rwanda con cine romántico tipo Casablanca. El segundo le hace sombra al primero, en Diamante de sangre, hasta recordarnos a todos lo que menos nos interesa recordar: que lo que tenemos enfrente no es nada más que una película. 

Que no quede la idea, sin embargo, de que ver esta producción es tiempo perdido. No será la gran obra que podría ser, perderá un poco en su ambición de ser dos tipos de relato al mismo tiempo, pero tiene un par de secuencias de suspenso que dejan sin palabras, un par de escenas, sacadas de la terrible realidad, que obligan a cerrar los ojos, y un par de actuaciones que anestesian el espíritu crítico (Leonardo DiCaprio, en especial, lo deja a uno sin palabras) todo lo que se puede anestesiar. La historia, que recuerda a las novelas de Graham Greene y Joseph Conrad, no puede ser más envolvente: en la peligrosa Sierra Leona, en los peores meses de 1999, el rebuscador Danny Archer, el cultivador Solomon Vandy y la periodista Maddy Brown se juegan sus últimos restos en la búsqueda de un diamante que puede salvarles las vidas. Y esos tres personajes principales, el cínico redimido que inventó Humphrey Bogart en los cuarenta, el hombre que hará todo para recobrar a su familia y la reportera que se niega a que el mundo quede en manos de los explotadores, no pueden ser personajes más conmovedores, más golpeados por los asuntos del destino. Que no quede la idea, en fin, de que no se verá algo bien hecho si se ve Diamante de sangre.

Pero que quede claro, eso sí, que las mismas escenas que estremecerán al principio (esa puesta en escena de toda la violencia que puede permitirse un hombre) serán simples escenas de acción en el tercer acto del drama. Y que, por cuenta de esa empecinada búsqueda del momento más dramático, más cinematográfico, puede pasar que el dolor de los héroes deje de afectarnos en los minutos finales de la travesía. El dicho popular es "el que mucho habla, mucho yerra". Y estos personajes, como los tres hijos de Leyendas de pasión y el norteamericano de El último samurái, tienen demasiadas oportunidades de seguir hablando. Y así se convierte una película excelente en una película buena.