Calificación: ***. Título original: 5 X 2. Año de estreno: 2004. Dirección: François Ozon. Guión: François Ozon y Emmanuèle Bernheim. Actores: Valeria Bruni-Tedeschi, Stéphane Freiss, Francoise Fabian, Michael Londsdale, Geraldine Pailhas.
El cineasta francés François Ozon quiere ser otro de película en película: en Gotas que caen sobre rocas calientes (2000) pretendía ser el heredero de R. W. Fassbinder; en Bajo la arena (2000) se perdía, a lo Ingmar Bergman, en las alucinaciones de una mujer en duelo; en 8 mujeres (2002) parodiaba los musicales glamorosos del Hollywood de los cincuenta; y en La piscina (2003) jugaba con las tramas policíacas como un aventajado estudiante universitario que se encuentra empeñado en burlarse del público. No, no es fácil describir el estilo de Ozon. Todo parece indicar que su máxima aspiración es no tenerlo. Pero los ejercicios que lleva a cabo en sus largometrajes, "pretender", "perderse", "parodiar", "jugar", tarde o temprano lo delatan.
En 5 X 2 (2004) pisa, por primera vez, lo más prosaico de lo cotidiano (cuenta la historia de un matrimonio ordinario), pero cae en su forma única de narrar, resulta ser el mismo François Ozon de siempre, el Ozon que reta las estructuras narrativas conocidas, pues se empeña en relatar el romance de atrás para adelante, al revés, desde la penosa jornada del divorcio hasta la primera tarde en la que por fin estuvieron solos. No es un capricho. Como en la película Irreversible, de Gaspar Noé, o como en el cuento Viaje a la semilla, de Alejo Carpentier, empezar a contar por el final es, en 5 X 2, la mejor manera de representar la decadencia. Mostrar el desgaste de una relación de pareja resulta mucho menos interesante, muchos menos trágico, que volver paso por paso, como quien remonta un río, al momento en el que todo era nuevo, al momento en el que (dice Carpentier) "los rubores eran sinceros".
Y Ozon quiere que nos duela. Su drama se titula 5 X 2 porque les sucede a una pareja en cinco escenas. El marido se llama Gilles. La esposa se llama Marion. Y los vemos vivir (cinco) un deprimente encuentro sexual tras la firma del divorcio, (cuatro) una comida con un par de amigos en la que comienzan a verse las grietas en la relación, (tres) el angustioso nacimiento del único hijo que tuvieron, (dos) la muy diciente noche de bodas y (uno) las vacaciones en las que (he aquí la tragedia, he aquí la ironía) se dieron cuenta de que eran el uno para el otro.
Siempre cae Ozon en la tentación de alargar las situaciones más de la cuenta. Siempre cae en los diálogos que no le temen a bordear el absurdo. Y cae en retratar relaciones amorosas que terminan en el sometimiento de alguna de las dos partes. Su proyecto de ser nadie, de ser un cineasta camaleón, es, pues, un proyecto fallido. Falla, creo, para el bien de los espectadores que estén de ánimo para juegos. Y no es, de ninguna manera, su culpa. Todo parece indicar que ni siquiera el artesano menos involucrado de Hollywood puede pasar por una producción sin dejarla llena de sus huellas digitales.