Calificación: ***1/2. Título original: Die Fetten Jahre sind vorbei. Año de producción: 2004. Dirección: Hans Weingartner. Guión: Katharina Held y Hans Weingartner. Actores: Daniel Brühl, Julia Jentsch, Stipe Erceg, Burghart Klaussner y Peer Martiny.
Para ningún espectador es fácil, a estas alturas de la historia del cine (cuando los niños aprenden a filmar antes que a escribir), sentirse involucrado con una película. Por eso vale la pena ver esta emocionante sátira alemana titulada Los edukadores: porque muy pronto, desde la segunda o la tercera secuencia, estamos metidos de cabeza en su trama (les pedimos a sus tres protagonistas que no caigan en ese triángulo amoroso, que se salgan de aquella mansión antes de que llegue su dueño, que dejen de creerse los salvadores de la humanidad antes de que la humanidad se los cobre) como si fuéramos niños que se enfrentan a la primera historia de sus vidas, como si lo único que les pidiéramos a las ficciones fueran personajes atrapados en sus dilemas humanos.
En Berlín, en este nuevo siglo sin ideologías a la mano, dos amigos llamados Jan y Peter han encontrado una curiosa manera de protestar contra la sociedad sin caer en la barbarie del terrorismo ni perder el tiempo en esas frases infructuosas ("¡el estado es esclavo del capitalismo!", "¡hay que redistribuir la riqueza!") con las que todos estamos de acuerdo. Al final de la noche, cuando la gente descansa, Jan y Peter se cuelan en algún palacete de la ciudad con el objeto de recordarles a sus dueños (que andan de vacaciones) que tienen muchas más cosas de las que necesitan y que cualquiera podría invadir sus lujosas residencias. Antes de salir del lugar, desordenan los muebles, esconden los adornos y dejan a la vista una carta amenazante firmada por un grupo subversivo autodenominado "los edukadores".
En los años sesenta, dice uno de los héroes del largometraje, bastaba con dejarse el pelo largo para ser considerado un revolucionario. Ahora, en nuestros tiempos, lo único que queda para despertar a la sociedad de su letargo es el ingenio publicitario, los eslóganes pegajosos, los golpes de imagen. Y a eso le apuntan Jan y Peter. Y todo les saldría bien, seguirían asustando hasta el fin a los burgueses, si la novia del segundo, Jule, no comenzara a sentirse atraída por el primero. Que es, por supuesto, el giro que carga de emoción a la sátira, el giro que eleva a Los edukadores a la categoría de película que nadie debería perderse: sus imágenes contundentes se vuelven, entonces, una prueba de que todo discurso acaba en donde comienza el deseo.
Es cierto que su director, el austriaco Hans Weingartner, se deja tentar por un largo tercer acto que a nadie le hacía falta, pero también lo es que, a punta de buenas actuaciones, consigue convencernos de que el desastre en el que esos tres están metidos también nos está ocurriendo a nosotros. Querríamos nosotros, también, que el mundo fuera justo. Pero el tiempo sólo nos alcanza para enamorarnos y (el Aleluya de Leonard Cohen, en la astuta escena final, subraya esta idea) para esperar que algún cineasta nos relate.