El mercader de Venecia

Calificación: ***. Título original: The Merchant of Venice. Año de estreno: 2004. Dirección: Michael Radford. Guión: Michael Radford basado en la obra de William Shakespeare. Actores: Al Pacino, Jeremy Irons, Joseph Fiennes, Lynn Collins, Zuleikha Robinson, Kris Marshall, Charlie Cox, Heather Goldenhersh.  

Quién sabe por qué, de pronto a la espera de que pase el estupendo festival de cine francés (ver en pantalla grande las películas de Jacques Tati es un verdadero privilegio), la cartelera de estos días se ha quedado con sólo dos o tres producciones que vale la pena ver. Basta con revisar la columna de la izquierda para saber qué opciones nos quedan. La buena noticia es que el próximo viernes 29 de septiembre, si a última hora no se le ocurre a alguien una "mejor idea", por fin podremos comprobar con nuestros propios ojos lo meticulosa, valiente y satisfactoria que es esta adaptación que ha hecho el cineasta Michael Radford de El mercader de Venecia de William Shakespeare. No era nada fácil poner al día, en tiempos políticamente correctos, una comedia de equivocaciones de 1596 que el propio Harold Bloom (el crítico literario que se ha convertido en el jefe de prensa de Shakespeare) ha llamado "profundamente antisemita", pero Radford lo ha logrado, ha probado que se trata de una obra relevante que uno puede tomarse como prefiera, como suma de chistes pesados, o como catálogo de debilidades humanas, gracias a un elenco, a una ambientación y a un guión que conocen de memoria la aventura original.    

El mercader de Venecia, que ha sido llevada al cine unas veinte veces, es una ligera, entretenida, accidentada historia de amor. El joven protagonista, un noble veneciano llamado Basanio, le pide 3000 ducados al hombre que le da el título al drama, un tal Antonio, para emprender la conquista de una ingeniosa heredera que responde al nombre de Porcia. Y, acorralado por las deudas, causadas por la pérdida en el mar de algunos barcos cargados de bienes, el viejo Antonio, dispuesto a todo para lograr la felicidad de Basanio (ciertos intérpretes suelen sospechar que los dos amigos alguna vez fueron amantes), se ve obligado a rogarle el dinero a un usurero judío que muy pronto, para cumplir con los estereotipos de la Inglaterra antisemita de finales del siglo XVI, se revelará como el terrible villano del relato, esa figura trágica atrapada en una comedia, el maltratado Shylock, que opacará a los demás personajes cuando pronuncie aquel célebre monólogo ("¿no tenemos los judíos manos, órganos, sentidos, afectos, pasiones?") que prueba por qué Bloom ha declarado a Shakespeare "el inventor de lo humano".

Lo mejor de la obra teatral, esas cautivadoras escenas en las que el triste Shylock trata de defenderse de una multitud que lo odia, es también lo mejor de esta buena película. Ver al gran Al Pacino completamente convertido en aquel acosador acosado, verlo contener el dolor que el judío codicioso no podrá expresar mientras pierde su fortuna, su dignidad y su identidad, nos invita a pensar (he aquí el posible aporte de esta nueva adaptación) que la de El mercader de Venecia es una historia plagada de villanos.