Calificación: ***. Titulo original: Monster House. Año de estreno: 2006. Dirección: Gil Kenan. Guión: Dan Harmon, Rob Schrab y Pamela Pettler. Actores: Mitchel Musso, Sam Lerner, Spencer Locke, Maggie Gyllenhaal Steve Buscemi.
Hubo, en los empalagosos años ochenta, una serie de películas familiares que elevaron los estándares del género sin que nos diéramos cuenta. Los protagonistas de aquellos relatos eran niños tan valientes, sabios e ingeniosos como los de La casa de los sustos, niños capaces de todo que al final de la aventura conseguían darles a los adultos, seres decepcionantes en el mejor de los casos, curiosas lecciones de humildad. Los responsables de estas entretenidas narraciones, una pandilla de cinéfilos adictos al cine de serie B de finales de los cincuenta, partieron del ejemplo de Steven Spielberg (que abrió el camino con E. T. el extraterrestre) para hacerles un homenaje a aquellas producciones que los salvaron de la soledad mientras crecían: Robert Zemeckis maquinó Volver al futuro, Joe Dante tramó Gremlins y Richard Donner filmó Los Goonies gracias a la energía inagotable (y a la productora) de un Spielberg que empezaba a convertirse en el nuevo Walt Disney.
Han pasado veinte años desde entonces. Los niños de 1984, 1985, 1986, son los directores de ahora. Y los homenajes a las divertidas pesadillas de serie B se han transformado (basta con ver una tarde del canal VH1 para comprobarlo) en homenajes a los divertimentos de la década de los ochenta. Que hoy, dada la falta de ideas que vino después, ya no parece aquella etapa consagrada al individualismo sino una era esplendorosa en la que ciertos artistas inventaron lo que aún no había sido inventado.
La casa de los sustos celebra el cine familiar de esos días, le rinde cuentas a un tipo de historia que en medio de la fantasía respetaba profundamente a sus personajes, pero no se limita a hacerles guiños a los cinéfilos que se formaron en los alquileres de video, no, no se conforma con animarnos a punta de nostalgia, sino que, por medio de conflictos reales, diálogos inteligentes y secuencias terroríficas, consigue poner al día el espíritu de esos relatos que aún hoy nos recuerdan que la niñez nunca se acaba. Cuenta, por supuesto, con la producción de Spielberg. Perfecciona la animación por captura de movimientos que Zemeckis utilizó en El expreso polar. Y, aunque también podría engañarnos por medio de sus extraordinarios trucos visuales, insiste, para bien, en entregarle todo el peso de la aventura a un trío de niños sin padres a la vista, los conmovedores D. J., Chowder y Jenny, que descubren que la vieja casa de un energúmeno llamado Nebbercracker es en realidad un monstruo capaz de devorar lo que se encuentre en su jardín.
Algunos papás dirán que es demasiado terror para sus hijos y ciertos comentaristas advertirán que el drama que está detrás de la casa monstruosa es un drama más adulto de lo que imaginábamos en un principio. Así quedará comprobada la gran virtud de La casa de los sustos: una historia maravillosa que no olvida que el horror nos acompaña desde niños.