Calificación: ***. Título original: The Constant Gardener. Año de producción: 2005. Dirección: Fernando Meirelles. Guión: Jeffrey Caine, basado en la novela de John le Carré. Actores: Ralph Fiennes, Rachel Weisz, Danny Huston, Bill Nighy, Pete Postlethwaite, Gerard McSorley, Hubert Koundé.
La más reciente película de Fernando Meirelles, el director de la estupenda Ciudad de Dios, lleva tres películas adentro: el matrimonio conmovedor –de novela corta- entre un diplomático inglés llamado Justin Quayle y una joven activista que responde al nombre de Tessa, la desconcertante investigación –de relato policiaco- que pretende llegar a desenmascarar al asesino de la apasionada señora de Quayle, y la denuncia –de documental compasivo- de la terrible situación de la Kenya en donde suceden los principales hechos del largometraje. Son tres historias dentro de una misma historia, sí, pero la que mejor debería funcionar, la peligrosa indagación que emprende el protagonista, es, de lejos, la menos interesante. ¿Quién está detrás del asesinato de su esposa?, ¿por qué planearon su muerte? Todo es tan evidente desde el comienzo (en otras palabras, es tan obvio que el asesino es el sospechoso número uno) que resulta un misterio por qué el astuto Meirelles insiste en contar esa aventura.
La historia de amor, en cambio, es estupenda: una historia de amor legendaria, tipo Abelardo y Eloísa o Romeo y Julieta, cuya grandeza sólo es descubierta cuando ya se ha terminado. La actuación de Ralph Fiennes, en el papel del marido que jamás creyó del todo en el amor de su mujer, hace posible seguir las dos horas de proyección sin sentir que se está perdiendo el tiempo. La interpretación de Rachel Weisz, en el cuerpo de una persona que habría querido ser menos consciente de las mezquindades que gobiernan el mundo, hace verosímil la trasformación de aquel diplomático en defensor incansable de los derechos humanos.
La mirada a la vida indigna en el África de nuestros días (el viaje por los precarios hospitales, el recorrido por los campamentos arrasados por la delincuencia) jamás deja de estremecernos: se trata, a fin de cuentas, de la mirada valiente del mismo hombre que hace tres años nos impidió olvidar la tragedia de las favelas. Su cámara al hombro, despojada de la narración en off que convertía a Ciudad de Dios en un ingenioso robo de la obra de Martin Scorsese, se nota más arriesgada, más útil, más segura que nunca. Su montaje en desorden, que trata de seguir el ritmo de los recuerdos de su personaje principal, consigue convencernos de que solemos enterarnos de las cosas cuando ya es demasiado tarde.
El jardinero fiel es la décima novela del británico John le Carré que es convertida en relato cinematográfico. Y, aunque quizás las adaptaciones más interesantes sigan siendo El espía que vino desde el frío (1965) y La casa rusa (1990), no cabe duda de que Meirelles se ha tomado en serio la labor de traducir al cine otro best séller de uno de los más exitosos autores de nuestro tiempo. Su película es apasionada, excesiva, valiente. No descansa ni un solo minuto. No se detiene a pensar, ni siquiera, en los trucos que esperamos de una trama policíaca.