El espíritu de la pasión

Calificación: ***1/2. Titulo original: Bin-jip. Año de estreno: 2004. Guión y Dirección: Kim Ki-duk. Actores: Lee Seung-yeon, Lee Hyun-kyoon, Kwon Hyuk-ho, Joo Jin-mo, Park Dong-Jin, Lee Ju-seok.  

El cineasta norteamericano David Mamet, en un inquietante libro que lleva el título de Sobre dirigir películas, se atreve a asegurar que no son los personajes bien construidos (los personajes con máscaras, intimidades y pasados ocultos) los que nos arrastran desde el comienzo hasta el final de un largometraje, sino los movimientos de unos cuerpos, nada más, que buscan de escena en escena algo que todos queremos que encuentren. Crear personajes, dice Mamet, es un ejercicio inútil en el cine. La presencia del actor en la pantalla, con sus gestos mínimos, con sus reacciones ante los hechos, es mucho más que suficiente para el espectador. Y sea como fuere, creamos en la dramaturgia o en la simple cadena de imágenes, así sucede en la excepcional El espíritu de la pasión, del surcoreano Kim Ki-Duk, en la que lo único que sabemos de un hombre llamado Tae-suk es que se cuela en los apartamentos de la gente que se ha ido de viaje con la ilusión de vivir durante una noche, o dos, esas misteriosas vidas ajenas: se come la comida que queda en la despensa, se pone la piyama que le sirva, se duerme en las camas revueltas de los viajeros, se toma una fotografía en el lugar más conmovedor de la residencia, y después, antes de regresar a la calle, deja todo tal como lo encontró.

Tae-suk es un hombre invisible. Modifica levemente, porque algo los ordena, esos apartamentos vacíos que invade, pero deja las huellas inapreciables que dejaría un fantasma en una visita a cualquier casa que espera a sus dueños. Todo cambiará, por supuesto, de eso se tratan las películas, cuando cometa un imperdonable error de cálculo: se colará en la vivienda de la melancólica Sun-hwa sin imaginar que ésta se ha negado a irse de viaje con aquel esposo abusivo, Min-gyu, que la martiriza de lunes a domingo, y entonces, cuando sus ojos se enfrenten con los ojos de ella, Tae-suk se hará visible, se hará presente, y comenzará una silenciosa, desconcertante, apasionante historia de amor (no adelanto más que esto: invadirán juntos, desde ese momento, los sitios que él antes invadía solo) que nos llevará a pensar que enamorarse es cometer un imperdonable error de cálculo, quedarse en la habitación, dejar de ser un fantasma.

Nada será dicho en El espíritu de la pasión. Nada será explicado. Y todo porque, igual que en la anterior obra del director, la milagrosa Las estaciones de la vida, cualquier explicación podría arruinar el resultado. Ahí van esos enamorados, de casa en casa, convertidos en una pareja sin pasado que hace las cosas porque sí, porque no tiene alternativa, y no necesitamos saber nada más, no, sólo seguirlos en sus caminatas sin palabras, en sus pequeños rituales, para comprender, diría David Mamet, que los hechos los han ido empujando a que la única salida que les quede sea estar juntos hasta convertirse en dos espectros. Así es. Así se siente. Sólo puede creerlo el que lo ve.