El niño

Calificación: ****. Titulo original: L' Enfant. Año de estreno: 2005. Guión y Dirección: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne. Actores: Jérémie Renier, Déborah François, Jérémie Segard, Fabricio Rongione, Olivier Gourmet, Stéphane Bissot, Mireille Bailly, Anne Gerard, Bernard Marbaix. 

Cuando uno ve El niño por segunda vez se da cuenta de que la recordaba a la perfección, escena por escena, como si fuera un clásico del cine mudo. Y reconoce que aquella imborrable cadena de imágenes, lograda por una cámara estupenda que jamás deja solos a los protagonistas, tiene que ser la mejor prueba de que esta especie de tragedia es una gran película. Primero vemos a la madre, la jovencísima Sonia, que encuentra al padre de su bebé en un semáforo de esa gris ciudad industrializada. Después conocemos al padre inconmovible, Bruno, que gasta los días en pequeñas trampas ("el trabajo es para los idiotas", dice) que lleva a cabo con adolescentes a los que dobla en edad. A continuación espiamos a los nuevos padres, en un carro conseguido por ahí, mientras juegan a empujarse como un par de niños de vacaciones. Más tarde la seguimos a ella, de nuevo, en el esfuerzo de explicarle a él la gracia de tener una familia. Y en seguida vamos tras él, en el peor de sus momentos de insensibilidad, porque pretende ganarse unos cuantos euros gracias al niño indefenso que lleva en sus brazos.

Desde el comienzo hasta el final estamos a punto de quitar la mirada, a punto de perder el control de los nervios, como si estuviéramos viendo una producción de terror en la que lo único horrendo que sucede es lo que puede pasar en cualquier esquina del mundo. Cuesta olvidar –ya verán- la constante sensación de zozobra que produce esta pequeña fábula sin moralejas.

Detrás de este drama que no juzga a sus protagonistas, detrás de esa cámara que se limita a estar ahí, a unos pasos, como otro personaje de la calle, se encuentran los cineastas belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, prestigiosos autores de Rosetta (1999) y El hijo (2002), dos veces ganadores de la Palma de Oro en el festival de Cannes (El niño la obtuvo el año pasado), que han construido, en apenas seis largometrajes, un mundo agobiante en el que sólo es posible sobrevivir si se va de acción en acción, de día en día, como un niño perdido que sigue las órdenes precisas (Bruno parece seguirlas: robar, repartir el dinero, comprar una chaqueta, besar a Sonia, observar a su bebé) que ha tenido grabadas desde que tiene memoria. En esas intimidades silenciosas que los hermanos Dardenne recorren, con el espíritu de los documentalistas que fueron en los años ochenta, suele sentirse la presencia de una incómoda sombra (una especie de secreto a voces) que persigue, igual que una enfermedad contagiosa, a todas las personas que pasan por sus películas. Podría decirse, en busca de alguna definición, que se trata del fantasma de la humanidad perdida.   

Al final, en el último plano de El niño, todo parece indicar que el indolente Bruno ha recobrado la suya. No diré cómo ni en dónde parece recobrarla. Pero sí que entenderemos, cuando notemos que al fin llora, el descomunal dolor que le produce el no saber qué hacer con ella.