El Colombian Dream

Calificación: ***1/2. Título original: El Colombian Dream. Año de estreno: 2006. Guión y Dirección: Felipe Aljure. Actores: Mateo Rudas, Santiago Rudas, Manuela Beltrán, Héctor García, Julián Díaz, Manuel Sarmiento, Ana María Orozco, Tatiana Rentería, Miguel Canal, Gonzalo de Sagarminaga, María Adelaida Puerta.  

No es un capricho: la iluminadora historia de El Colombian Dream tenía que ser contada por un niño muerto, por el abortado Lucho, porque así, examinados desde el mundo de los difuntos, los gestos colombianos (podría decirse "los gestos humanos") vuelven a verse tan conmovedores, tan insólitos, tan desproporcionados como son. Tenía que ser contada así, como si alguien lo viera todo desde el lentecito de la puerta del infierno, con esos filtros rojizos que captan el calor de Girardot, con esos ángulos que enfatizan el absurdo y ese montaje enloquecido, a veces fatigoso, a veces aplastante, que nos arrastra por una antología de lo más insensato que puede suceder cuando lo único que importa es el dinero, porque nada mejor que el exceso para contener las aventuras delirantes de un par de triángulos amorosos que se enredará a más no poder cuando se dediquen a la venta de pepas alucinógenas.

En el territorio de las ficciones lo importante no es lo que se mira sino la mirada. Por supuesto: en El Colombian Dream seguimos la tensa relación de los adolescentes Enriquito, Pepe y Rosita, traficantes aficionados, hasta que el negocio de las drogas los convierte en una pareja; seguimos el romance extravagante entre John Maclein, El Duende y Ana, hampones consumados, hasta que el negocio de las drogas los convierte en una familia; espiamos trabas gigantescas, traiciones inevitables, pesadillas colectivas, pero el verdadero protagonista, el verdadero tema del relato, es la forma como Felipe Aljure, el director, reconocido autor de La gente de la universal (1995), nos muestra todo lo que vemos. Si Aljure no se hubiera valido de la voz en off de un muerto, si no se hubiera atrevido a salpicar su largometraje de escenas de videojuego, efectos especiales en chiste o enrevesados números musicales, no estaríamos ante esta artesanía multimedia que tendrían que llevarse los extranjeros a sus países en la misma bolsa en la que se llevan las chivas de colores. 

Quien acaba de ver El Colombian Dream, con sus caricaturas, con su ritmo frenético para tiempos del zapping, tiene la sensación de que podría ser un poco más corta, un poco menos astuta, pero descubre, con el paso de los días, cuando ya ha digerido la experiencia, que el largometraje le ha dejado decenas de recuerdos imborrables: el niño de seis dedos; la mujer cínica, quejumbrosa, a la que llaman "La Belfa"; la española que le saca el lado bueno a su secuestro; las reacciones de la oportunista Nicole desde que su novio es raptado; la insolente versión del himno nacional; el poeta Jesús Elvis, "el elegido", comiendo bananitos antes de dar el gran golpe; el zapateo en el aire del maltratado locutor erótico; la cachetada que siempre lleva a la frase "cómo pega de rico este man". En fin. Dicho así, enumerado así, suena como una locura. Y sí, eso es. Y está muy bien que haya sido cometida.