Calificación: **1/2. Título original: Sin Amparo. Año de producción: 2005. Dirección: Jaime Osorio Gómez. Guión: Iván Beltrán, Jaime Escallón y Jaime Osorio Gómez. Actores: Luis Fernando Hoyos, Germán Jaramillo, María José Martínez, Ana Soler, Ruddy Rodríguez, Alejandro Mora, Pedro Salazar.
Cuando se le describe a un espectador que aún no la ha visto, Sin Amparo tiene todas las características de un drama de fondo, una tragedia que no nos permite olvidar que somos incapaces de conocer (y, por ende, de amar) a otra persona, un devastador triángulo amoroso entre una mujer muerta, un viudo envidioso y un amante que se ha quedado sin secretos. Cuando se tiene enfrente, en cambio, el segundo largometraje dirigido por Jaime Osorio Gómez hace pensar en una buena obra de teatro que pasa por una mala noche: algunos actores secundarios pronuncian sus líneas sin asumir del todo lo que están diciendo, ciertos personajes –como si no hubieran entrado a tiempo en escena- se desdibujan con el paso de los minutos y el relato se resuelve de pronto, sin convencernos por completo de que ha llegado a algo similar a un clímax y sin comprobarnos en la pantalla que los dos protagonistas al fin han reconocido que jamás terminarán la investigación que han emprendido.
Queda claro, tras ver Sin Amparo, que Jaime Osorio es incapaz de hacer una mala película, pero también que está dispuesto a correr el riesgo de ensayar ideas que quizás no den en el blanco. Mientras el refinado Rodrigo Castillo descubre que su esposa, su versión de Amparo, se escondía del aburrimiento de la clase alta bogotana en el vigoroso mundo popular de un amante llamado Armando Lascar (era otra Amparo: adoraba el tango, creía en agüeros, dejaba de ser el ama de casa que trataba de sonreír en los cocteles), volvemos a sentir el humor elegante, la mirada compasiva de la intimidad, la profunda sensibilidad que hacen inolvidable a su primera obra, Confesión a Laura (que se tiene ganado un lugar entre las mejores producciones colombianas de la historia), pero también extrañamos la redondez de la narración, la contundencia del final, la cuidadosa caracterización de personajes que hacían memorable a aquella ópera prima.
Las obsesiones de Osorio, impulsor del nuevo cine colombiano, responsable como productor del éxito de María llena eres de gracia, quedan más que comprobadas con esta segunda entrega. Las actuaciones de Germán Jaramillo y Luis Fernando Hoyos, en los difíciles papeles de hombres engañados, llegan a ser tan buenas que la película tambalea (se siente distante, fría) cuando un tercer intérprete aparece en escena. Sin Amparo tiene momentos tan conmovedores como la caminata en la que el amante le ofrece al esposo un trago, y secuencias tan bien logradas como el recuerdo del accidente que se trasforma en un abrazo en el garaje. Y sin embargo sentimos, al final, que verla no ha sido una experiencia completa. Su estrategia narrativa -insinuar, sugerir, dejar los cabos sueltos- la obliga a confiar más de la cuenta en diálogos teatrales. Y nos impide acercarnos del todo a esa nueva familia que el duelo ha formado.