Calificación: ****. Título original: Vera Drake. Año de producción: 2004. Guión y Dirección: Mike Leigh. Actores: Imelda Staunton, Phil Davis, Peter Wight, Daniel Mays, Alex Kelly, Eddie Marsan, Adrian Scarborough, Heather Craney, Jim Broadbent.
La vida funciona igual que Vera Drake: nuestra primera impresión de una persona es su caricatura, sí, pero después, entregados al oficio de descifrarla como desciframos a los desconocidos que nos encontramos por ahí, logramos hacerla real, dimensionarla, desenvolverla hasta que sus secretos nos dicen algo de nosotros mismos. Sucede así con la señora Drake, un ama de casa simpática, alegre, responsable, hecha a la medida del conservador Londres de 1951, que no le ha contado a nadie que en el día (no cobra ni una libra: lo hace porque nadie más va a hacerlo) les ayuda a abortar de forma un poco más higiénica, menos sórdida, a ciertas jóvenes que han perdido la fe en sus propias vidas. Y así ocurre, también, con los miembros de su pequeña familia, un esposo tradicional, una hija temerosa, un hijo impetuoso y un yerno sin palabras que, aunque en un primer momento parecen estereotipos, simples adjetivos, resultan ser individuos contradictorios, entrañables, cuando el drama de la protagonista comienza a convertirse en una tragedia a la vista de todos.
He aquí, pues, en esta película milagrosa, algunos de los personajes más bellos, más conmovedores (algunos preferirán decir "más verosímiles") que ha dado el cine de estos años: están ahí, en la pantalla, a merced de lo dispuestos que estemos a comprender sus dilemas.
Ya deberíamos habernos acostumbrado a la brillantez del veterano Mike Leigh, autor de trabajos de la altura de Naked, Secretos y mentiras y Topsy-Turvy, compasivo cineasta inglés capaz de acompañar a sus personajes desde que se quitan la máscara que muestran a los demás hasta que se enfrentan a la desgracia de ser alguien. Deberíamos habernos acostumbrado a sus melodramas sin adornos, a su cámara que improvisa al tiempo con sus intérpretes y a la extraña sensación de que cada escena de sus películas está pasando en realidad (nos decimos "así fue: esto tiene que ser una historia verdadera"), pero Vera Drake nos envuelve, nos sorprende, nos deja sin aire, seguros de que no hemos visto ni volveremos a ver relatos tan humanos como éste. Conocedor de lo mucho que les cuesta a las audiencias de hoy aceptar una ficción que no sea extremadamente realista, Leigh vuelve a entregarles el peso del relato a los gestos mínimos de sus actores. Y se asombra, como si fuera otro espectador sentado en el teatro, ante la insuperable interpretación de Imelda Staunton.
Nos lleva a ese lejano 1951, cuando el aborto aún era un delito en Inglaterra, para recordarnos que no es una moral lo que se encuentra en juego en este tipo de situaciones, sino la pregunta fundamental de si en verdad somos capaces de sentir compasión. Y es obvio, por lo pronto, que él la siente: al menos no está dispuesto a dejar sola a su heroína mientras se le viene encima un mundo triste, traicionero, que se parece más de lo que querríamos al mundo en que vivimos.