Calificación: ***1/2. Título original: Whisky. Año de producción: 2004. Dirección: Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. Guión: Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll y Gonzalo Delgado Galiana. Actores: Andrés Pazos, Mirella Pascual, Jorge Bolani, Ana Katz, Daniel Hendler, Verónica Perrotta, Mariana Velazques.
El sugerente título, Whisky, esa palabra que pronunciamos cuando nos van a tomar una foto, advierte las dos características principales de esta elegante comedia uruguaya: por una parte, la del contenido, anuncia una reflexión sobre nuestra tendencia a fingirle a los demás que somos personas sonrientes, felices; por la otra, la de la puesta en escena, describe los encuadres estáticos, de fotografía de estudio (la cámara nunca se pondrá en movimiento, como si no quisiera conseguir planos sino viñetas de cómic, ilustraciones de cuento infantil), que contarán la historia del propietario de una pequeña fábrica de medias, el hosco Jacobo Keller, que, ante la inusual visita de su exitoso hermano, Herman, se ve obligado a pedirle a su empleada de confianza, la eficiente Marta Acuña, hacerse pasar por la esposa que nunca pudo tener. El señor Keller ha pasado por el mundo tristemente: la crisis económica de su país, la muerte de su padre y la penosa enfermedad de su madre lo forzaron a vivir una vida ajena, la vida de un enfermero sin vacaciones ni palmadas en la espalda. Estos días, los que vemos en esta película sutil, parecen ser su última oportunidad de relacionarse con otros seres humanos.
Sin embargo, pocas frases serán pronunciadas. Los tres protagonistas, héroes de tragicomedia, no tendrán mucho qué decirse en el camino a una nueva melancolía. Las palabras sobrarán, por supuesto, no sólo porque así sucede en la cotidianidad, en la rutina, sino porque así debería ocurrir siempre en el cine.
Es esta la gran lección que nos deja este relato: sin perder ni un poco de su sensibilidad, nos recuerda que una obra cinematográfica es mejor –más cine, al menos- cuando sus diálogos son sólo un ruido de fondo, cuando la historia no se nos dice sino que se nos muestra. Sus dos directores, los uruguayos Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, autores de un curioso largometraje titulado 25 Watts, tenían claro, antes de emprender una filmación que duró apenas ocho semanas, que querían crear una "pequeña historia" llena de silencios. Y es eso, exactamente, lo que han logrado con Whisky: un mundo posible, lleno de máscaras, intimidades y secretos indescifrables, que sólo podría ocurrir (y trasformarse) en las películas; una producción que documenta, paso por paso, hora por hora, la cotidianidad de tres solitarios que se han cansado de hablar; un drama compasivo e irónico sobre un breve paréntesis, fundamental, en las costumbres de un trío de personas que se han habituado a creerse sus propias mentiras.
No se necesitan millones de millones de dólares para hacer una buena película. Según lo prueba este trabajo (que, dicho sea de paso, costó diez veces menos que la más barata superproducción hollywoodense), se necesita pensar visualmente, tener clara la aventura por narrar y ponerse del lado de todos los personajes del relato.