Calificación: ****. Título original: Les triplettes de Belleville. Año de producción: 2002. Guión y Dirección: Sylvain Chomet. Voces de: Béatrice Bonifassi, Lina Boudreault, Michele Caucheteux, Jean-Claude Donda, Mari-Lou Gauthier, Charles Linton, Michel Robin, Monica Viegas.
Quien esté dispuesto a ver un extraordinario sueño dibujado, quien esté dispuesto a contemplar sin prisas una comedia más bien lúgubre en donde los hechos se suceden con la maravillosa lógica del absurdo, quien quiera ser testigo de cómo una película animada se convierte en un homenaje al fenómeno del movimiento (la frase "no sucederá otra vez en la vida" me ha venido a la cabeza la primera vez que veía esta extraña producción), hará bien en ver esta pequeña obra titulada Las trillizas de Belleville. Antes de entrar en el teatro, sin embargo, tendrá que tener en cuenta lo siguiente: sólo se sentirá cómodo frente a esas imágenes silenciosas si, como esos niños que aún no entienden de tramas ni de personajes ni de edificantes éxitos de ventas, se dedica a asombrarse de que existan en el mundo figuras como esas.
Las trillizas de Belleville cuenta la desconcertante historia de cómo la diminuta pianista portuguesa Madame Souza emprende la búsqueda de su nieto, un ciclista huérfano llamado Champion, que ha sido secuestrado por la mafia en plena etapa de montaña de un Tour de Francia de tiempos más tristes: la travesía de la señora, acompañada del gigantesco perro de su nieto, nos llevará por los escenarios que le dieron forma al París de comienzos del siglo pasado, nos dejará ante los gestos de una serie de caricaturas delicadas que creeremos haber visto en alguna parte pero que estaremos viendo por primera vez, nos hará pensar en las mil maneras en que podemos perder la libertad y nos dejará en las manos de tres cantantes de vaudeville (las apodan "las trillizas": son tres brujas de la era del jazz preparadas para revelarnos lo que está detrás de nuestros actos) que parecen ser las únicas capaces de resolver el misterio de la desaparición de Champion.
En el fondo de cada escena, en las paredes de las habitaciones, los televisores de las salas o las aceras de las calles, se encuentra el gran homenaje que le hace a nuestro paso por el mundo esta primera película del animador francés Sylvain Chomet: si recrea las arriesgadas coreografías de la bailarina Josephine Baker, los pedalazos firmes del ciclista Jacques Anquetil, el virtuosismo del guitarrista Django Reinhardt, el humor en blanco y negro del cineasta Charles Chaplin, los tarareos del pianista Glenn Gould, la añoranza de fado de la cantante Amalia Rodrigues, la ingenuidad a propósito de las películas de Jacques Tati y las proezas de uno de los primeros cortometrajes del norteamericano Winsor McCay (que fue, quizás, el primer cineasta en tomarse en serio la animación), es porque quiere que no olvidemos jamás que lo mejor que hemos hecho en la tierra es conquistar el movimiento.
Pero eso ahora es lo de menos: el primer paso es presenciar, con la admiración de un niño que aprende, la manera como se desenvuelve esta insólita película animada.