La mujer de mi vida

Calificación: ***. Título original: Hatuna Mehuheret. Año de producción: 2001. Guión y Dirección: Dover Kosashvili. Actores: Lior Loui Ashkenazi, Ronit Elkabetz, Moni Moshonov, Lili Kosashvili, Aya Steinovits Laor.  

Las escenas de sexo suelen ser paréntesis inútiles en las películas: podríamos inventar, sin temor a estar mintiendo, que sólo en tres de cien secuencias de estas (violentas, torpes e inverosímiles coreografías a media luz) aprendemos algo nuevo sobre los personajes principales de un largometraje. En el segundo acto de la producción israelí La mujer de mi vida, sucede una de esas escasísimas excepciones a la regla: un encuentro sexual filmado e interpretado con toda la humanidad del caso (me darán la razón cuando lo vean) resulta fundamental para revelar la verdadera cara del héroe de la historia. Se trata, en verdad, de un diálogo entre dos cuerpos que se necesitan. De la única situación en la que Zaza, un soltero de 32 años al que su impositiva familia no ha logrado encontrarle una esposa, deja de ser ese tonto pusilánime que no se atreve a decirle a su madre que no ha querido casarse con ninguna porque está enamorado de una divorciada de origen marroquí, la misteriosa Judith, de 36, madre de una niña que ha empezado a sentir que algo malo está ocurriendo.

Desde el punto de vista de un cinéfilo desprevenido, por supuesto, Zaza tiene mucho de cobarde, de hombre hecho y derecho que no gobierna su propia vida. Cuesta verlo ahí, al final de la segunda parte de la narración, paralizado mientras sus padres ofenden a la mujer que ama. Pero nuestra responsabilidad como espectadores, tan parecida a nuestra responsabilidad como personas, es ponernos en su situación, viajar con la compasión hasta ese lugar del Israel de hoy –los suburbios de Yehuda- en el que los judíos georgianos se aferran a sus costumbres, tratar de entender la pesada tradición que el mediocre enamorado no se atreve a desafiar. Sí, tenemos todo el derecho a lamentar que la narración desaproveche algunos elementos plantados, tenemos toda la razón de quejarnos porque el divertido comienzo del relato jamás sea retomado, los personajes secundarios desaparezcan sin dejar rastros y el final se alargue innecesariamente en procura de un patetismo que le arrebata al protagonista la poca dignidad que le quedaba, pero en nuestras manos está comprender la miseria que se encuentra detrás de aquellos comportamientos que en un primer momento nos parecen ridículos. 

La mujer de mi vida es una versión dramática (los más románticos dirán "trágica", los conocedores dirán "realista") de la historia que cuentan Adivina quién viene a cenar, La boda o La boda griega: la historia de un romance que choca con una cultura. Si la enfrentamos con esa idea en la cabeza, poniéndonos a la altura de lo que nos narra, lo más probable es que lleguemos a disfrutarla. Creo que en el peor de los casos le reconoceremos esa pacífica, hábil y verosímil escena de sexo que nos prueba cómo una relación que funciona en la intimidad puede ahogarse así, de un golpe, en el contaminado mundo exterior.