Calificación: **. Título original: Marius et Jeanette. Año de producción: 1997. Dirección: Robert Guédiguian. Guión: Robert Guédiguian y Jean-Louis Milesi. Actores: Ariane Ascaride, Gérald Meylan, Jean-Pierre Daroussin, Jacques Boudet. Premios: César a la mejor actriz. Taquilla Francia: 2.540.669 espectadores.
Ellos no tienen la culpa. Dios no los oye, el capitalismo los aplasta y la mala suerte los persigue. Viven en el presente y, a pesar de la contundencia de los hechos, todavía conservan la esperanza. El se llama Marius y, porque no quiere recordar su tragedia, trabaja como vigilante de las ruinas de una fábrica. Ella se llama Jeanette y, porque se niega a ser explotada, acaba de renunciar a ser cajera de un supermercado.
Marius y Jeanette se encuentran un día y, después de un par de discusiones, se enamoran. El no quiere hablar. Ella le presenta a sus hijos. Y, gracias a la ejemplar vida de sus vecinos, y a una larga conversación interrumpida, aprenden que el amor, como la subsistencia, sólo se resuelve en el presente, y que hay que enamorarse a diario porque el pasado no existe en ese rincón perdido de Marsella.
La séptima película de Robert Guédiguian pertenece a una tendencia del cine francés –El odio, de Mathieu Kassovitz, y Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier, persiguen lo mismo- que, en nombre de una realidad social que acorrala, y, en contra de la estructura dramática de los americanos, presenta la vida de la gente desposeída como una que comienza todos los días.
Es Guédiguian quien ha elegido la música a destiempo, no ha contenido las actuaciones y ha sembrado la historia de hechos innecesarios. Es él quien ha escrito esos diálogos cargados de insoportables discursos políticos y filosóficos. Marius y Jeanette son, en resumidas cuentas, seres humanos atractivos y conmovedores, y no tienen la culpa de la pésima copia que ha llegado al país, de la lamentable traducción al mexicano, y mucho menos de todo lo que sale de sus bocas.