Calificación: ***. Título original: King Kong. Año de producción: 2005. Dirección: Peter Jackson. Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens y Peter Jackson, basado en una historia de Merian C. Cooper y Edgar Wallace. Actores: Naomi Watts, Jack Black, Adrien Brody, Colin Hanks, Andy Serkis, Jamie Bell, Kyle Chandler, Thomas Kretschmann.
Sobreproducción: esa es la palabra que viene a la cabeza mientras se ve esta versión monumental de la historia de King Kong. La ha encontrado Rex Reed, el crítico del New York Observer, en una reseña en la que acaba con la más reciente locura del cineasta neozelandés Peter Jackson. Describe, así, lo abrumadores que resultan los efectos especiales de un largometraje que se considera a sí mismo mucho más importante de lo que es. Por supuesto, lo más posible es que a Jackson, el Cecil B. DeMille de la era digital (en otras palabras: el realizador más ambicioso de estos años), le tengan sin cuidado las quejas de un comentarista malgeniado ("con esa plata podría haberse encontrado la cura para el cáncer", escribe Reed), pero sin duda le preocupará perder por el camino, en ese exceso de trucos que nos recuerdan más de la cuenta la presencia del mago, a ese público que convirtió a su trilogía de El señor de los anillos en uno de los relatos más exitosos de la historia de cine.
Aclaremos las cosas: King Kong es una buena película para niños, fanáticos del cine y gente sin nada más qué hacer en vacaciones. Estar ahí, verla como un turista ve una catedral, es toda una experiencia. Si uno sabe bien a qué va, si no espera una obra maestra sino un extraordinario parque de diversiones, las tres horas que dura parecerán dos (no pasarán volando, no, pero avanzarán sin problemas) por cuenta de la maravillosa reconstrucción del Nueva York de los años treinta, de la narración fluida que hace énfasis en las relaciones entre sus personajes y del conmovedor homenaje al arte de hacer películas que le da forma a la aventura. Así que ¿por qué no dar las gracias y ya?, ¿por qué no quedarse con las brillantes secuencias del principio o con el horror que se vive en la isla del segundo acto? Porque King Kong se resiste a ser puro entretenimiento. Quiere convertir el entrañable clásico de 1933 en la alegoría definitiva de nuestra mezquina búsqueda de la belleza. Ser la más grande historia jamás filmada. Titanic, Jurassic Park y El señor de los anillos al mismo tiempo.
Y la palabra clave es, entonces, "sobreproducción". La pantalla es invadida por cientos de monstruos prehistóricos, construcciones barrocas y aeroplanos fabricados por computador que amenazan al equipo de filmación encabezado por un tramposo director de cine de los años treinta llamado Carl Denham. Y ante semejante despliegue de recursos, con la boca abierta por la belleza de tantas escenas, nuestra desconfianza en la pirotecnia y nuestra incomodidad ante los diálogos grandilocuentes tienden a recordarnos que no se nos está narrando nada más ni nada menos que (¿será bueno leerlo en voz alta?) la historia de un mico gigante que se enamora de una actriz en apuros.
En fin, King Kong no es la obra total que cree ser. Pero es, en toda su desmesura, un placer que los cinéfilos no deben negarse.