Calificación: ***. Título original: Depuis Qu' Otar est parti. Año de producción: 2003. Francia-Georgia. Dirección: Julie Bertucelli. Guión: Julie Bertucelli, Bernard Renucci y Roger Bohbot. Actores: Esther Gorintin, Dinara Droukarova, Nino Khomassouridze, Temur Kalandadze, Russudan Bolkvadze, Sacha Sarichvili, Duta Skhirtladze, Abdallah Mundy.
Si uno no ve esta película honesta, que recuerda vagamente un cuento de Julio Cortázar titulado Cartas de mamá, se pierde el retrato delicado de tres mujeres que se resisten al cambio. Se pierde una escena, la primera, que anuncia un drama sugerente, mínimo, sin aspavientos: la imponente Marina nota que a su madre, la obstinada anciana Eka, le molesta que le quite pequeñas cucharadas de la torta que ha comprado en una pastelería; mientras tanto su hija, la reflexiva Ada, sigue el conflicto como si sólo pudiera sonreír ante la misma historia de siempre; y así, mientras el postre se termina, aquel trío de generaciones sentado a una mesa –abuela, madre e hija- comprende que no tiene sentido combatir esa rutina. Todo ocurre en Tiflis, en la república de Georgia, a unos cuantos kilómetros del lugar en donde nació el líder soviético José Stalin. Se trata de una de las ciudades más antiguas del mundo, una suma de ruinas habitadas, pero los personajes del largometraje parecen atrapados en ella como dentro de una cárcel.
El título original de la película, Desde que Otar se fue, define de manera precisa la situación de la que seremos testigos al principio: un médico desempleado llamado Otar, único tío de Ada, hermano envidiado de Marina, hijo idolatrado de Eka (sí, idolatrado: la señora sólo vive para recibir noticias suyas), se ha ido a París en busca de algún trabajo que sí le de dinero (la verdad es que todos quieren irse de Georgia: al parecer el futuro queda en otra parte), y desde entonces aquellas tres mujeres tristes, que esperan sus llamadas y sus cartas, y hacen lo que pueden para sobrevivir a su ausencia, prefieren imaginar pasados gloriosos a enfrentar el porvenir que les espera. Una llamada enigmática las llevará a poner en duda todo lo que saben de sí mismas: un tal Niko (Nico con "ce" es, curiosamente, un importante personaje del relato de Cortázar) les dará a la madre y a la hija una terrible noticia sin final mientras la abuela se encuentra de viaje.
Y la directora de la producción, la documentalista francesa Julie Bertulecci, licenciada con una maestría en filosofía y asistente en las dos primeras partes de la trilogía de los colores de Krzysztof Kieslowski, sabrá seguir las reacciones de cada una de las tres mujeres sin caer en sentimentalismos baratos o en soluciones de último minuto. Unas dulces mentiras es una gran sorpresa. Quien la vea se sentirá confundido, al comienzo, por los dos idiomas que se relevan en los diálogos, pero más temprano que tarde sentirá que ha valido la pena entrar en ese apartamento de otro tiempo y se descubrirá convertido en prójimo de aquellas solitarias. La conmovedora actuación de Esther Gorintin, que según las notas de prensa cumple 91 años, convierte lo que podría ser un drama ingenioso en una obra notable: resulta increíble que haya hecho su debut a los 85.