Calificación: **1/2. Título original: Un oso rojo. Año de producción: 2002. Guión y Dirección: Adrián Caetano. Actores: Julio Chávez, Soledad Villamil, Luis Machin, Agostina Lage, Enrique Liporace, René Lavand, Daniel Valenzuela, Freddy Flores, Ernesto Villegas, Marcos Martínez.
El oso rojo del título es el primer regalo que un padre le hace a su hija de ocho años. No es un padre cualquiera: es un hombre sin nombre –responde a un alias: "Oso"- que acaba de salir de la cárcel, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, después de cumplir una inevitable condena de siete años. Si consigue trabajo como chofer en el negocio de su amigo, si le reclama a un hampón apodado "El turco" su parte del dramático robo que lo llevó a prisión, si recoge sus pasos en las calles en donde fue arrestado como un vaquero misterioso del que en verdad sabemos demasiado, no es porque pretenda recuperar la casa, la vida, la esposa que perdió: sólo busca que Alicia, su hija, que ha repetido segundo de primaria porque aún no logra leer de corrido, sepa que ya no es ese criminal sin escrúpulos que la dejó sola el día de su cumpleaños.
El cineasta uruguayo Adrián Caetano, codirector de la admirada Pizza, birra, faso (1998), realizador de la premiada Bolivia (2001), se ha propuesto esta vez narrar una tragedia en clave de película del oeste. Y todo parece indicar que, a pesar de un talento innegable para filmar momentos sombríos, las cosas se le han salido un poco de las manos: gracias a la admirable actuación de Julio Chávez, a quien la cámara no deja de seguir ni un solo segundo, consigue darle aliento a un personaje que se tiene a sí mismo de enemigo (o también: a un tipo que en vano trata de evitar su destino), pero, a fuerza de sacarse de la manga tiroteos coreografiados, por cuenta de una serie de escenas de acción que sólo pone en evidencia su emocionado homenaje al cine de vaqueros (una serie de secuencias que hacen parecer aburrida la odisea en la que nos ha involucrado), no logra que Un oso rojo sea, del todo, un solo largometraje.
Por un lado, el del oeste, quiere convencernos de que "Oso" es un justiciero indescifrable con un pasado oculto, un vengador dispuesto a cumplir su última misión, Clint Eastwood de visita en algún suburbio bonaerense. Por el otro, el del drama, nos repite una y otra vez que el único misterio del relato es el amor que un padre siente por su hija. La suma de estas dos propuestas, que suena tan interesante y tan valiente como es, nos conduce a un resultado imprevisto: Un oso rojo es satisfactorio como drama pero decepcionante como película del oeste.
Es, eso sí, otra producción para la interminable lista de valiosas producciones latinoamericanas que han llegado a nuestros cines en los últimos tres años. Se pierde menos el tiempo viéndola que dejándola de lado. Se alcanza a sentir, por momentos, la tristeza que promueven las historias sentidas. Se tiene la oportunidad (gracias a una nueva distribuidora independiente, Matiz producciones, que ha corrido el riesgo de traerla) de conocer de primera mano un mundo al margen que no suele aparecer en las películas argentinas que tanto nos gustan.