Calificación: **. Título original: Troy. Año de producción: 2004. Dirección: Wolfgang Petersen. Guión: David Benioff, inspirada en Ilíada de Homero. Actores: Brad Pitt, Eric Bana, Orlando Bloom, Diane Kruger, Sean Bean, Peter O'Toole, Brendan Gleeson, Brian Cox, Julie Christie, Saffron Burrows, Julian Glover, Rose Byrne.
Es como en el "teléfono roto": un poeta ciego llamado Homero recogió hacia el siglo VIII antes de Cristo, en el principal poema épico que ha llegado a nuestras manos, La Ilíada, las historias que oyó sobre la guerra monumental en la ciudad de Troya (que enfrentó a griegos y a troyanos, según las leyendas, por "la más bella de todas las mujeres"), y las copias de las copias de sus manuscritos incompletos han atravesado veintiocho siglos hasta llegar a los escritorios de algún ejecutivo de Hollywood, expuestos a ser convertidos en una superproducción confusa, tramposa, desalmada, en tiempos en los que relatos como ese, plagados de batallas de verdad y de héroes que han hecho méritos suficientes para llegar a la muerte, producen cantidades exorbitantes de dinero.
No, no es ilegal hacer una película por dinero. Ninguna ley condena, hasta hoy, las malas versiones de las obras fundamentales de la literatura. En estricto sentido –aunque sea tan doloroso como cuando le gritan a Harrison Ford, en el aeropuerto lleno de gallinas de Peligro inminente, "agáchese: acaba de llegar a Bogotá"– no podría criticarse que Troya desnaturalice unos personajes, una cultura, una forma inefable de comprender el mundo, con la mente puesta en un público prefigurado por ciertos estudios de mercado, porque no era traducir la sensibilidad griega, sino hacer un largometraje de aventuras, lo que en un primer momento pretendían los ejecutivos de la Warner. Sí, es cierto que mientras La Ilíadase concentra en un episodio primordial del combate (podríamos resumirlo así: el agraviado Aquiles abandona el campo de batalla hasta que los griegos se vean obligados a rogarle que los salve), la computarizada Troya pretende narrar el principio, el medio y el fin de la guerra. Nadie dice, sin embargo, que las adaptaciones cinematográficas no pueden darse licencias como esa.
Puede decirse, acaso, que el casting es lamentable, que los diálogos son vergonzosos y que las escenas de amor parecen una parodia. Puede pensarse que comienza tarde, después de un arranque profundamente aburrido, en medio de efectos especiales que no nos trasladan a ese universo. Y puede lamentarse que Aquiles sea un modelo con los labios fruncidos de Zoolander, que el gran Ayax parezca una estrella del palacio de la lucha libre, y que Agamenón, jefe de todos los ejércitos, tenga algo de mafioso irlandés. Pero no, no nos frenemos en ello ni nos amarguemos la vida preguntándonos "¿en dónde están los dioses que custodian, auxilian y seducen a los héroes del poema?", ni mucho menos "¿por qué creen en Hollywood que el público de hoy es incapaz de entender un mundo en el que todos los hombres son héroes?"
Agradezcámosle a Troya, más bien, que sirva de primer paso para regresar al texto de donde vienen los magos, los elfos y los neos. Y esperemos, con los dedos cruzados, que no saquen muñecos, mugs y camisetas.