Calificación: **1/2. Título original: Honogurai mizu no soko kara. Año de producción: 2002. Dirección: Hideo Nakata. Guión: Kôji Suzuki. Actores: Hitomi Kuroki, Mirei Oguchi, Rio Kanno, Azami Mizukawa, Fumiyo Kohinata.
Hideo Nakata es, según los solitarios fanáticos del género, un nuevo maestro del cine de terror. Un asustador profesional del tamaño de Darío Argento, George A. Romero o Roman Polanski. Nació en Okayama, Japón, el 19 de julio de 1961. Y gracias a la escalofriante versión original de El aro (aquella pesadilla que los productores de la DreamWorks, en su adaptación agringada, estuvieron a punto de echar por tierra) fue recibido en los cine clubes subterráneos del mundo entero, junto con el prolífico Takeshi Miike, como el descubridor de un nuevo estilo de filmar el horror. Esta vez, en Aguas oscuras, una perturbadora historia de amor entre una madre y una hija acorraladas por ascensores en cámara lenta, cartucheras de color rojo y pequeños lagos que están en todas partes, ha conseguido que vivamos cada una de sus escenas –escenas improbables, advierto, que se toman su tiempo para lograr sus misteriosos cometidos- como si estuviera a punto de saltar un monstruo sobre todos nosotros.
El monstruo salta, en Aguas oscuras, en el momento en que uno menos lo espera. Y entonces uno, como espectador desprevenido, siente cierta nostalgia por el que pudo ser un largometraje sobre el espanto que todos intuimos en la soledad de nuestros apartamentos viejos. Yoshimi e Ikuko, las dos protagonistas de esta brillante colección de imágenes, descubrirán qué está detrás del mal sueño que soportan de la mañana hasta la noche. Y el enigma que nos impide respirar en paz en el teatro, se convertirá, de esa manera, en otro juego que por fin se ha terminado.