Monster

Calificación: ***. Título original: Monster. Año de producción: 2003. Estados Unidos. Guión y Dirección: Patty Jenkins. Actores: Charlize Theron, Christina Ricci, Bruce Dern, Lee Tergesen, Annie Corley, Pruitt Taylor Vince, Marco St. John. 

Olvidamos su título en la mitad del camino: ese es el primer logro de esta película dolorosa. No, no celebra la violencia ni justifica la aparatosa venganza de su protagonista. No oculta su espanto ante la lógica torcida de sus dos personajes principales. Pero consigue convertirnos en prójimos de una escalofriante asesina en serie de la vida real (verla enamorada llega, incluso, a conmovernos) gracias a la mirada compasiva de la directora norteamericana Patty Jenkins y a la interpretación incuestionable de la actriz surafricana Charlize Theron, que ha recibido 14 premios internacionales, el Óscar entre ellos, por una extraordinaria transformación –15 kilos de más, pelo grasoso, rostro postizo- que muy pocas estrellas de su altura habrían sido capaces de intentar: quien recuerde su cara en las portadas de las revistas del mundo, quien recuerde sus apariciones en producciones como Las reglas de la vida y El abogado del diablo, descubrirá, desde la primera escena de Monster, que en la pantalla no queda nada de su figura de supermodelo.

No debió ser fácil filmar un largometraje justo, meditado, sensible, a partir de la biografía de una célebre asesina, Aileen Wuornos, que fue humillada por los hombres desde que era una niña de ocho años. No debió ser fácil humanizar a aquella prostituta trastornada que asesinó a siete clientes, a siete hombres que la recogieron en la oscuridad de las autopistas, en apenas unos meses de 1989. Pero la cuidadosa investigación de la realizadora, autora también del guión cinematográfico (que fundamentó en notas de prensa, en cientos de cartas privadas y en un par de visitas a la homicida antes de que fuera ejecutada en 2002), ha hecho posible que no veamos Monster con el morbo con el que nos acercamos a todas esas producciones "basadas en hechos reales", que pueblan los canales de televisión en horas de la madrugada, y que en cambio estemos ante una historia de amor, nada más y nada menos, aun cuando las enamoradas en cuestión sean dos mujeres desequilibradas que no querríamos encontrarnos en la calle.

Se trata, como cualquiera podría imaginar, de una narración perturbadora, de una vida privada que es un ejemplo más de las tragedias que le dan forma al mundo, de una pesadilla ajena que no nos devolverá las ganas de vivir. Y tiende a parecer, si hablamos de cine, si nos concentramos en su puesta en escena, si no nos dejamos nublar por los horrores que cuenta ni por sus actuaciones milagrosas (es hora, también, de reconocer la valentía de la gran Christina Ricci), una pobre película sin terminar. Verla, sin embargo, resulta inevitable. Porque sólo quien se enfrenta a su discreta truculencia se da cuenta de que cuando termina –y es este, no cabe duda, el segundo logro de la obra- el significado de su título regresa a nuestra mente.