El último samurai

Calificación: ***. Título original: The Last Samurai. Año de producción: 2003. Dirección: Edward Zwick. Guión: John Logan, Marshall Herskovitz y Edward Zwick. Actores: Tom Cruise, Ken Watanabe, Tony Goldwyn, Timothy Spall, Koyuki, Hiroyuki Sanada, Billy Connolly, Shichinosuke Nakamura.  

El espectador se voltea a ver la cara de sus acompañantes, durante las primeras dos horas de El último samurai, porque le cuesta creer que esté viendo una película tan buena. Hasta ese momento se trata de la historia de un héroe de la guerra civil americana, el decadente Nathan Algreen, que viaja desde los Estados Unidos hasta el Japón, en el otoño de 1876, para convertir a las antiguas tropas del Emperador en un temible ejército moderno. La idea es cortar de un tajo, a punta de rifles y cañones, los ataques constantes de un grupo de rebeldes que se resisten a la construcción de una carretera diseñada para atravesar el país. El líder de la banda, el samurai Katsumoto, se niega a ver la innecesaria caída de su cultura. Se muestra interesado, sin embargo, en la vasta experiencia del consejero Algreen. Y se lo hace saber cuando, después de un primer combate sangriento, lo convierte en su prisionero de honor. 

Sí, el director de esta aventura dramática, el admirable Edward Zwick, creador de algunas de las series de televisión más respetadas de las últimas décadas, Después de los treinta y Once and Again, y autor absoluto de la extraordinaria Tiempos de gloria, la desconcertante Valor bajo fuego y la más bien mediocre Leyendas de pasión, da en el blanco durante los primeros dos actos de este valioso largometraje. Se deja poseer, en las escenas determinantes, por el espíritu del maestro japonés Akira Kurosawa. Le abre paso a una más de las buenas interpretaciones del efectivo Tom Cruise. Y no pierde de vista, durante la mayor parte de la narración, los grandes temas de la historia que está contando: el peligroso juego occidental con el reconocimiento, la definitiva mirada extranjera sobre la búsqueda espiritual de los orientales, el sometimiento del mundo a la escalofriante simplificación del materialismo estadounidense, el amor en la tras escena de las peores guerras, los pasados redimidos en los campos de batalla.

Pero el espectador se voltea a pedirle perdón a sus acompañantes –o bueno: este es, al menos, mi caso- cuando se da cuenta, en la última media hora, de que la sensibilidad se ha vuelto sensiblería, las luchas a muerte se han transformado en coreografías atractivas y los héroes heridos se han convertido en superhéroes sin capas ni antifaces. Podría decirse, en medio del desconcierto, que en El último samurai lo extraordinario desemboca en lo más bien mediocre. Que dos Edward Zwick, el director y el productor, han realizado esta película. Y deberíamos recordar, no obstante, que estamos ante la misma obra que nos ha fascinado durante unas dos horas a fuerza de presentarnos un mundo, unos personajes, unos accidentes verosímiles. Con esa conmovedora historia de absolución, en la que un hombre se deja habitar de nuevo por su alma, tendríamos que quedarnos para siempre.