Calificación: ****. Título original: Elephant. Año de producción: 2003. Estados Unidos. Guión y Dirección: Gus Van Sant. Actores: Alex Frost, Eric Deulen, John Robinson, Elias McConnell, Jordan Taylor, Carrie Finklea, Nicole George, Brittany Mountain, Alicia Miles, Kristen Hicks.
Yo creo que Elefante es una gran película. Se me pasan por la cabeza sus escenas lentas, dos meses después de haberla visto, como si se tratara de una obra maestra. Pero entiendo –o mejor: me gustaría advertir- que, aun cuando se trata de un relato muy bien filmado, verla puede ser una experiencia incómoda, desagradable, perturbadora. Se inspira en la masacre sucedida en el Columbine High School el 20 de abril de 1999. Recuerda, durante un poco más de 80 minutos, el horror de los gritos revelados por el estupendo documental de Michael Moore. Viene y va de una historia a la otra sin concedernos un minuto en paz.
Su silencio de fondo es tan doloroso como el silencio de la vida real: eso es lo que pasa. Y, como muchas veces queremos ir a cine para perdernos en el ruido, algunos espectadores harán bien en evitarla.
Elefante nos enfrenta, sin engaños, al horror que puede estallar de un día para otro. No se nos dice por qué aquellos dos adolescentes entran a ese colegio, una mañana como cualquier mañana, listos a asesinar a las personas que se les crucen por los pasillos. No se nos trata de explicar cómo llega un niño a convencerse de que quitarle la vida a alguien es una posibilidad como tantas. No se nos dice nada de nada, claro, porque ¿quién podría decir algo coherente ante esa tragedia?, ¿quién podría llegar a una respuesta satisfactoria a ese "por qué"?, ¿quién se atrevería a decir "la televisión tiene la culpa", "el cine violento nos ha llevado a esto" o "la familia rota es la base del desastre"? La cámara sigue sin adornos a los personajes, como si hiciera fila detrás de ellos, porque al director, Gus Van Sant, poeta, músico, retratista de los seres a los que la sociedad ha dado la espalda, solamente le interesa estar ahí: quiere oír sus quejas, ser testigo de sus tristes recorridos, descubrir sus escondites de la realidad.
Por supuesto: nos entrega, en el proceso, unas imágenes que nos llevan a detestar un mundo que ha conseguido, entre muchos otros horrores, que la mayoría viva en el margen, que la comunicación sea un milagro y que personas de quince años puedan encargar ametralladoras por Internet. No, no pierde el tiempo en los discursos o en los juicios que nosotros podemos pronunciar a la salida del teatro. Se dedica, simplemente, a impedir que aquel día infernal se nos olvide.
Así de duras, de tristes, de nerviosas, han sido, desde el principio, las buenas películas del cineasta norteamericano Gus Van Sant. Los protagonistas de Elefante se parecen, en su encierro insalvable, a los jóvenes evasivos de sus otras producciones: se parecen a los huérfanos de Drugstore Cowboy (1989), al cataléptico de My Own Private Idaho (1991) y al genio matemático de Good Will Hunting (1997) en que no encajan en un mundo como este. Lo malo es, esta vez, que sólo encuentran una manera de expresarlo.