Calificación: **1/2. Título original: The Polar Express. Año de producción: 2004. Dirección: Robert Zemeckis. Guión: William Broyles Jr. y Robert Zemeckis. Basado en el libro de Chris Van Allsburg. Actores: Tom Hanks, Leslie Zemeckis, Eddie Deezen, Nona Gaye, Peter Scolari.
Cuesta dejar de pensar "estas imágenes son un milagro" mientras se trata de seguir la historia accidentada de El expreso polar. La sofisticada técnica de animación de la que se ha valido el cineasta Robert Zemeckis para narrar la aventura de un niño a punto de perder la fe en la navidad –se habla de "captura de movimiento": una especie de escáner para las tres dimensiones graba los gestos de los actores- convierten a esta fábula de buenos sentimientos en un punto de giro en la historia de las máquinas del cine. Quizás se pueda decir que se trata de una producción sin mucho sentido del humor. Tal vez esté bien quejarse de un par de vergonzosas secuencias musicales que sólo le aportan tiempo a la aventura. De pronto sea inevitable advertir que el dilema del protagonista (¿existe o no Santa Claus?) pierde sentido desde el momento en que un tren mágico se detiene enfrente de su casa. Pero no podrá decirse que habíamos visto algo como esto, no, no podrá decirse que ser testigo de las peripecias de aquellos dibujos de carne y hueso no sea una experiencia notable.
Creo que será eso, el espectáculo que es cada escena figurada por computador, lo que más les gustará a los niños cuando vean El expreso polar. Sospecho que los padres de hoy se tomarán la producción como otro nostálgico cuento de navidad, en la línea de El Grinch o de El duende, que busca recordarnos la importancia de nuestras tradiciones. Y que el mensaje que guarda en el fondo –que podría resumirse de la siguiente manera: tener fe es subirse a un tren que lleva a un lugar imaginario- hará sentir a ciertos adultos que ha valido la pena entrar en el teatro. Pero estoy convencido de que muchos sentirán, aun cuando admiren las secuencias de suspenso o aplaudan los comentarios del único pasajero divertido en aquella locomotora, lo mismo que sentí yo mientras la veía: que jamás llegamos al corazón de la aventura, que los dramas de los personajes secundarios son verdaderamente confusos y que la obsesión con la espectacularidad convierte al papá Noel de la película en un líder fascista (¿no da escalofrío verlo dirigiéndose a las masas?) adorado por una multitud de duendes, renos y niños con el cerebro lavado.
El expreso polar es un trabajo admirable, no cabe duda, pero repite tanto su idea central que termina por parecer una monótona obra de propaganda. Por supuesto: no era esa la intención de Zemeckis, el estupendo director de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, La muerte le sienta bien y Forrest Gump (por citar los otros tres largometrajes en los que es evidente su talento para incorporar, a una historia, efectos especiales de vanguardia), pero en eso ha caído por tratar de montar un largometraje sobre la base de un misterioso libro ilustrado –obra del americano Chris Van Allsburg- que logra decirlo todo en menos de 30 páginas.