Calificación: ***. Título original: Veronica Guerin . Año de producción: 2003. Dirección: Joel Schumacher. Guión: Carol Doyle y Mary Agnes Donoghue. Actores: Cate Blanchett, Gerard McSorley, Ciaran Hinds, Brenda Fricker, Don Wycherley, Alan Devine, Gerry O'Brien.
Dejemos a un lado, de una vez, la fascinante actuación de Cate Blanchett. Resulta fácil estar de acuerdo con aquellos que aseguran que la intérprete australiana, nacida en Melbourne el 14 de mayo de 1969, se ha transformado, de película en película, en una de las mejores actrices del cine de estos años. No cabe la menor duda: Blanchett asume por completo, sin vanidades a la mano, los rostros, los acentos y las intimidades de los personajes que representa. Quien la haya visto en los majestuosos trajes de Elizabeth, en el aparatoso triángulo amoroso de Vida de bandidos, o en el cuerpo condenado al futuro de Premonición, sabe bien de qué estamos hablando. Los espectadores de Veronica Guerin, la chantajista crónica de los últimos días de una temeraria periodista irlandesa, confirmarán con sus propios ojos las dos afirmaciones de este párrafo.
No desconozcamos, en ningún momento, la relevancia de la mujer retratada. La reportera Veronica Guerin nació en la comunidad de Artane, en el norte de Dublín, el 5 de julio de 1959. Y aunque su educación en la libertad anticipaba su constante búsqueda de la verdad, su pasión por los deportes –no sólo se volvió la goleadora del equipo de fútbol de Irlanda sino que fue elegida como la mejor basquetbolista de Europa a finales de los setenta- auguraba su tendencia a no rendirse nunca, y sus labores dentro del gobierno de su país, en los terrenos de las negociaciones de paz, presagiaban su vocación a la solidaridad, no era fácil imaginar que su incursión en el periodismo investigativo, a mediados de los noventa, la convertiría en la última heroína de los dublineses. Desde que escribió su primer texto para el Sunday Independent, en enero de 1994, se empeñó en sacar a la luz los secretos de los barones de la droga. Sus descubrimientos, siempre de primera mano, les recordaron a los periodistas de su país que sus oficinas quedaban en las calles. Su muerte brutal, el 26 de junio de 1996, obligó a los políticos a cumplir lo prometido. "Sólo estoy haciendo mi trabajo", dijo alguna vez: "le cuento al público cómo funciona su sociedad".
Centrémonos, antes de reconocer los méritos de la película, en los trucos innecesarios de la narración: ¿era necesario construir el relato sobre la base de un misterio resuelto, siete años antes, en las primeras planas de la realidad?, ¿perseguía ese largo epílogo, bajo la sobrecogedora melodía de una canción del folklore irlandés, llenar los vacíos de la historia?, ¿nos queda la sensación, por culpa de esa desinformación, de que aquella lucha no tenía mucho sentido? Hablemos, con esas dudas en la cabeza, del buen oficio del siempre sugerente Joel Schumacher, de la violencia sin maquillajes de las escenas determinantes, de los admirables esfuerzos por no perder de vista los defectos de la protagonista. Y entonces volvamos, arrepentidos, a la gran actuación de Cate Blanchett.