Calificación: ****. Título original: Mystic River. Año de producción: 2003. Dirección: Clint Eastwood. Guión: Brian Helgeland, basado en la novela de Dennis Lehane. Actores: Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Bacon, Laurence Fishburne, Marcia Gay Harden, Laura Linney.
En el mundo de Clint Eastwood siempre está a punto de oscurecer. Sus escenarios suelen ser zonas fantasmas –puentes perdidos, ciudades abandonadas, carreteras desiertas- que se resisten a las noticias de los Estados Unidos del presente. Sus diálogos, una suma de esas sentencias involuntarias que aparecen en las historias de vaqueros, procuran advertirnos la presencia de la tragedia. Sus personajes tienden a descubrir, de pronto, que la respiración se les ha quedado atrás: son cuerpos vacíos que hacen lo que pueden para encontrar su espíritu en el sitio en donde lo dejaron, que no consiguen armar el rompecabezas de su pasado, que emprenden un último viaje que se convierte, al final, en una triste rendición de cuentas. Sí, así es. Río místico explora, desde las primeras escenas, aquel territorio abandonado: tres niños desprevenidos se enfrentan, en el Boston de los setenta, a la tarde que ensombrecerá el resto de sus vidas.
Sus nombres son Jimmy Markum, Dave Boyle y Sean Devine. Tienen doce o trece años. Si aquellos dos desconocidos no pasaran por esa calle en ese momento preciso, si no secuestraran al indefenso Dave haciéndose pasar por agentes de la policía, jamás dejarían de ser los mejores amigos del barrio. En cambio tendrán que soportar el peso de sus propias conjeturas, cerrarle el paso a la imagen del compañero que los mira desde el asiento de atrás del carro y fingir unas vidas corrientes, con trabajos, familias y frustraciones, hasta que otra desgracia, treinta años después, los devuelva al punto de partida. Siempre ha sido así en la obra de Clint Eastwood: en Bird, de 1988, el brillante saxofonista Charlie Parker se veía acosado, en sus años finales, por una insalvable adicción a las drogas que empezó en la adolescencia; en Imperdonables, de 1992, un asesino redimido se convertía en un ángel vengador en los tiempos sin Dios del oeste; en Los puentes de Madison, de 1995, un par de hijos adultos descubrían el origen de sus decepciones en la última carta de su madre. En el mundo de Eastwood lo único que ocurre es el pasado.
Y los tres brillantes protagonistas de Río místico lo saben de memoria: Sean Penn interpreta a Markum como a un comerciante que se aferra a una rutina para no cederle el paso a su violencia, Tim Robbins personifica a Boyle como a un niño perdido que ha sido forzado a soportar la corrupción de los adultos, Kevin Bacon encarna al detective Sean Devine como si su trabajo sólo fuera un pretexto para no pensar en el fracaso de su matrimonio. Y no sólo las actuaciones son imborrables: no olvidamos los acordes pesados de la música, la cámara que no da pasos en falso, el paisaje anulado por un río en el que siempre se hace tarde. Sí, sentimos que algo no encaja del todo cuando descubrimos que la trama policíaca es lo de menos, pero justo a tiempo recordamos que las grandes películas son imperfectas.