La fortuna de vivir

Calificación: ***1/2. Título original: Les enfants du Marais. Año de producción: 1999. Dirección: Jean Becker. Guión: Sébastien Japrisot, basado en la novela de Georges Montforez. Actores: Jacques Villeret, Jacques Gamblin, André Dussollier, Michel Serrault, Eric Cantona, Isabelle Carré.

Estos dos amigos, en cambio, olvidan las peores escenas de la primera guerra mundial en las riberas de un río, el Loire, en una región de Francia llamada Marais. Garris, el que tiene los pies en la tierra, vive en la cabaña que un viejo le heredó antes de morir. Riton, el torpe, que disfruta más de la cuenta el vino tinto, soporta los regaños de una esposa amargada en la casita de al lado. Buscar un trabajo estable en la ciudad significaría, para los dos, perder la libertad que han conseguido a fuerza de comprender qué es lo que les interesa de estar vivos. Prefieren llevar a cabo trabajos temporales –son jardineros en la primavera, pescadores de ranas en el otoño, carboneros en los peores inviernos-: su meta es pasar los días sin horarios ni patrones. Es ese optimismo, esa voluntad de no dominar y de no ser dominado, lo que les atrae tanto a los amigos que hacen por el camino: Amédée, el lector de los clásicos, les confía sus secretos; el abuelo ranita, millonario a pulso, les agradece su compañía; y la viuda Mercier, con todo su dinero, les celebra sus ocurrencias. 

La fortuna de vivir, que en francés se titula Los niños de Marais, es el antídoto contra el veneno que tragamos cuando vemos Gotas que caen sobre rocas calientes. Sus personajes nos reconcilian con nuestras rutinas y reviven –quizás en exceso- nuestras esperanzas. Su director, Jean Becker, los observa con nostalgia. No los deja bajar la guardia ni perder de vista la vida que merecen. Los deja ser dentro de un grupo de estupendos actores. Y nosotros, cansados de los efectos y los trucos, se lo agradecemos.