Calificación: ***. Título original: Gouttes d'eau sur pierres brulantes. Año de producción: 2000. Dirección: François Ozon. Guión: François Ozon, adaptación de la obra Tropfen auf heisse Steine, de Rainer Werner Fassbinder. Actores: Bernard Giraudeau, Malik Zidi, Ludivine Sagnier, Anna Thompson.
El título nos recuerda que muy pocos personajes, en una ciudad de las de ahora, viven este drama sofocante. Nos advierte que estamos ante una pequeña tragedia en cuatro actos. Una tragedia sin testigos. El joven Franz, adolescente sin criterios ni esperanzas, ha terminado una noche en el apartamento de un imponente cincuentón llamado Léopold. Y, después de sostener con él un diálogo absorbente, ha descubierto que los coqueteos de aquel hombre lo han enamorado sin remedio. Anna, su novia, una mujer más o menos abnegada, hará lo posible para rescatarlo de su encierro. Y Véra, la antigua amante de su amado, hará lo posible por ayudarle a comprender el territorio en el que ha entrado.
Gotas que caen sobre rocas calientes, de Francois Ozon, parte de una obra de teatro que el alemán Rainer Werner Fassbinder escribió cuando tenía diecinueve años. Fue en 1964. Fassbinder ya había declarado su homosexualidad –que era, en realidad, una bisexualidad: se casó dos veces- y le dedicaba las horas del día a explorar a fondo, desde todos los oficios posibles, los alcances de la dramaturgia. A partir de 1969, filmaría, sin perder ni un segundo, una serie de melodramas críticos sobre opresores y oprimidos en los que volvería, una y otra vez, a las obsesiones, las preguntas y las personas que recorren esta historia de juventud. Y años después, la noche del 10 de junio de 1982, cuando acababa de cumplir los 37 años y estaba a punto de terminar el guión de su película número 38, se quitaría la vida con una sobredosis de cocaína y pastillas para dormir.
Pero, ¿para qué puede servirnos conocer estos datos? Para entender que esta película es sólo un pie de página, un homenaje, una parodia a la vida y a la obra del maestro del nuevo cine alemán, Rainer Fassbinder, y para que no pensemos, así, que verla ha sido perder nuestro tiempo. Sí, la tensión del primer acto crecerá hasta quitarnos el aire, y el malestar del segundo nos hará imaginar el desasosiego del tercero, pero, si no sabemos nada sobre el autor de Ruleta china, Berlín Alexanderplatz y El matrimonio de María Braun, no le encontraremos justificación alguna, por ejemplo, a la arrogante inverosimilitud de la última parte.
Estamos, pues, ante un relato que investiga las relaciones de poder que se establecen al interior de una pareja y la forma como el sexo encierra a los hombres hasta torturarlos. Pero Ozon, el director, conocido por Bajo la arena y 8 mujeres, lo convierte, mediante una puesta en escena que enmarca, enfrenta y duplica a los personajes, en una reflexión sobre los hallazgos de Fassbinder. Sabe de memoria, Ozon, que si se toma en serio el material corre el riesgo de hacer el ridículo. Entiende a la perfección que está filmando la obra de teatro de un joven que se convertirá en un gran cineasta. Y nosotros, mientras tanto, tenemos la opción de comprenderlo.