Calificación: ***. Título original: La faute á Voltaire. Año de producción: 2000. Guión y Dirección: Abdel Kechiche. Actores: Sami Bouajila, Élodie Bouchez, Bruno Lochet, Aure Atika, Virginie Darmon, Olivier Loustau.
Que el título no alcance a confundirnos: La culpa la tiene Voltaire es un drama de buenos sentimientos que se pregunta, más allá de las teorías y de los discursos, qué tanta humanidad se practica en el mundo en que vivimos. Nos presenta las grandes amistades y los dos romances principales que vive Jallel, un tunecino que ha entrado de manera ilegal a París, mientras recurre a todo lo que puede para sobrevivir y no ser deportado por las meticulosas autoridades francesas. Lo primero que hace es mentirle al intimidante entrevistador de la oficina de inmigración: le inventa que es un refugiado político argelino, tal como se lo aconseja su tío ("háblales de derechos humanos", dice el señor en la primera escena: "creen que se inventaron la libertad"), y le asegura que se siente feliz de haber llegado a "la casa de Voltaire y todo eso" para que le conceda, al menos, dos meses de gracia.
Lo que sigue en la primera película del director Abdel Kechiche (que, según dicen las notas de prensa, vivió en carne propia el drama de los inmigrantes ilegales), es la presentación de una serie de personajes conmovedores de los que jamás sabremos todo lo que querríamos: Franck, el torpe portero de noche que comienza a aburrirse de París, es un buen consejero; Nassera, la misteriosa mesera que parece un ángel de la guarda, sostiene a su pequeño hijo con la propinas que le dan en un bar para extranjeros; Lucie, la ninfomaníaca con serias tendencias a la depresión, no quiere volver a la casa de sus padres y dice estar lista para afrontar un romance un poco más largo sin que le den un billete de veinte francos a cambio. A pesar de todo, a pesar del mundo, estas personas se tienen las unos a las otras: esa es la conclusión que viene y va de una secuencia a la otra, esa es la poderosa idea que nos convence de seguir ahí, frente a la pantalla, hasta que terminen las desventuras del pobre Jallel.
Conviene anunciar que algo raro, muy raro, ocurre al final de la proyección de La culpa la tiene Voltaire. De un momento para otro, como si un rollo del largometraje se hubiera refundido en alguna parte, como si la producción hubiera pasado por la sala de censura de una vergonzosa dictadura, la historia llega a su fin. Sí, claro, no conviene adelantar un solo detalle de aquellas últimas imágenes, porque ¿para qué arruinar una película bienintencionada, llena de valientes testimonios en clave de humor, que merece más de una oportunidad?, pero resulta importante advertirle a nuestros parientes y a nuestros amigos que desde los tiempos de Dialogando, Decisiones y Musidramas, aquellos dramas de veintidós minutos que transmitían los antiguos canales de televisión,no se veía una resolución tan abrupta, tan fuera de sitio,tan decepcionante a una trama llena de conflictos. Lo mejor del cine es que no es la televisión: por eso entristece este final.