Buscando a Nemo

Calificación: ***. Título original: Finding Nemo. Año de producción: 2003. Dirección: Andrew Stanton. Codirector: Lee Unkrich. Guión: Andrew Stanton, Bob Peterson y David Reynolds. Voces de: Albert Brooks, Ellen DeGeneres, Alexander Gould, Willem Dafoe, Barry Humphries, Geoffrey Rush.

Es muy duro, sí, pero hay que reconocer que esta nueva película de Pixar, el estudio de animación por computador, se parece mucho más a las dolorosas aventuras de José Miel, la abejita llorosa que buscaba por todas partes a su madre, que a los tropiezos de los muy divertidos personajes de Toy Story y Monsters Inc. Las imágenes son, sin duda alguna, extraordinarias. El océano que han generado los animadores, lleno de todos los peligros, todas las neurosis y todos los colores posibles, no es inferior al que han explorado los grandes documentalistas del mundo. El sentido del humor, en cambio, esta vez parece ser una simple estrategia para detener los sollozos y aliviar la tristeza que producen los terribles hechos del relato. Y, aunque los personajes son estupendas caricaturas, sus rasgos prominentes sólo nos recuerdan una cosa sobre nosotros mismos: que para hacernos llorar basta con hablarnos de separaciones.

El chantaje emocional –pensemos en El hijo de la novia- es el camino más corto para llegar hasta el espectador. Y los realizadores de Buscando a Nemo, después de años y años de narrar buenas historias, lo han aprendido de memoria. Revisemos, para no perder el tiempo en hipótesis, el punto de partida del relato: un pez payaso llamado Marlin, que fue testigo de cómo un monstruo marino devoró a su esposa y a sus 432 crías, se ha convertido en el papá paranoico del único hijo que sobrevivió a la masacre, Nemo, que no sólo tiene una aleta más chiquita que la otra ("una aleta con polio", pensamos) y ha crecido con un comprensible temor hacia las sombras del océano, sino que muy pronto, después de gritarle "papá: te odio" al pobre señor durante su accidentado primer día de colegio, terminará encerrado en la gigantesca pecera de un consultorio odontológico. El padre, ni más faltaba, hará todo lo que esté a su alcance para rescatarlo. Y se encontrará, por el camino, con una serie de animales que no le harán la vida más fácil.

Vale la pena preguntarnos, después de identificar el chantaje, ¿por qué los niños y los grandes le perdonamos todo a Buscando a Nemo? La respuesta, creo, nos reconcilia con la película casi de inmediato: los chistes que alivian el drama son tan memorables como los mejores apuntes de Toy Story y Monsters Inc –pensemos en el gran escape de la pecera, en la reunión de tiburones anónimos y en el calamar que se hace tinta cuando siente mucho miedo- y la moraleja que alcanzamos a intuir, debajo de los espectaculares imágenes de esta fábula computarizada, puede ser tan útil para los padres como sin duda lo será para los hijos. Porque si uno lo piensa con cuidado, en el nuevo largometraje de Pixar los seres humanos tienen la culpa de todo. Son ellos los que invaden y destruyen. Si tuvieran la lógica de los juguetes, los monstruos y los peces, el mundo llegaría a ser habitable.