Calificación: ****. Título original: Elsker dig for evigt. Año de producción: 2002. Dirección: Susanne Bier. Guión: Anders Thomas Jensen basado en una idea de Susanne Bier. Actores: Sonja Richter, Nikolaj Lie Kaas, Mads Mikkelsen, Paprika Steen, Stine Bjerregaard, Birthe Neumann, Niels Olsen, Ulf Pilgaard.
El terrible drama de A corazón abierto, quepasa por encima de nuestras sensibilidades como un desadornado noticiero de la intimidad, nos recuerda que vivimos la suma de todos los accidentes. Que tarde o temprano experimentamos en carne propia las obras de teatro y las telenovelas. Que podemos amanecer en una vida feliz, a punto de casarnos con la única persona que sabe que no somos tan fuertes, sin imaginarnos que no nos reconoceremos a nosotros mismos en la noche. Los protagonistas de esta fascinante película danesa, la número 28 que asume el "voto de castidad" del Dogma 95, se dan cuenta de ello en un solo segundo: una chef llamada Cecile es testigo de cómo su novio Joachim es brutalmente atropellado por un pequeño carro, conducido por una madre que discute con su hija adolescente a toda velocidad, cuando ha dado el primer paso para cruzar la calle hacia el terminal de transporte, y se da cuenta, unas horas después, de que el futuro de todos los involucrados en aquel revés de fortuna ha cambiado sin remedio.
El famoso Dogma 95 es un documento –que ningún cineasta ha seguido al pie de la letra pues ha sido redactado como una broma necesaria- firmado el lunes 13 de marzo de 1995 por un par de importantes directores daneses, el Lars Von Trier de Bailarina en la oscuridad y el Thomas Vinterberg de Celebración, en el que se cuestiona el concepto de autor en una época en la que cualquiera puede crear cine con una pequeña cámara digital, se expresa la vergüenza frente a un arte que se ha reducido a una máquina de ilusiones que funciona con millones de monedas y se denuncia la tendencia malsana a asumir una serie de normas que al final entorpecen los dramas que se pretenden relatar. El "voto de castidad" que propone, y que hasta hoy ha sido adoptado por 35 producciones de doce países diferentes, podría resumirse de la siguiente manera: se debe filmar el presente de los personajes con la cámara sobre el hombro, en detrimento de cualquier pretensión estética, sin caer en escenografías maquilladas, efectos especiales o soluciones en la sala de montaje.
Es, pues, una parodia a los grandes manifiestos artísticos. Que, como a tantos otros, le ha dado la libertad a Susanne Bier, la directora de A corazón abierto, para centrarse en el derrumbe de las rutinas de esas dos familias. Sus actores, libres de vanidades, se mueven por el escenario como si se movieran por sus propias intimidades. Su banda sonora, sujeta al walkman que lleva Cecile por la calle, alivia el desasosiego que produce la historia desde las primeras escenas. Su cámara de documental urgente, por supuesto, crea una curiosa ilusión de realidad que nos aleja del tono del melodrama –en la trama encontramos parapléjicos iracundos, adúlteros llorosos, esposas abnegadas- pero al mismo tiempo nos demuestra que sus contenidos se parecen mucho a los de nuestras vidas. Cuando uno lo ve, lo cree.