Calificación: ****. Título original: Star Wars Episode II: Attack Of The Clones. Año de producción: 2002. Guión y Dirección: George Lucas. Coguionista: Jonathan Hales. Actores: Ewan McGregor, Natalie Portman, Hayden Christensen, Samuel L. Jackson, Christopher Lee, Frank Oz.
El segundo episodio de La guerra de las galaxias es una gran película. Nos recuerda, para comenzar, que el cine es el arte de los niños. Porque sí, los adultos han filmado verdaderas obras maestras y han formado un público exigente que busca en la pantalla lo mismo que explora la literatura, pero aún hoy, como en los tiempos de Georges Méliès, se entra a los teatros para exclamar, creer y abrir la boca. Y El ataque de los clones, el nuevo capítulo de la saga creada por George Lucas, apenas concede unos minutos para respirar: es el colmo del cine.
No soy, advierto, un buen juez. Soy un seguidor de las cuatro películas anteriores y tiendo a ser irreflexivo al respecto. Ponerle estrellas a esta nueva entrega es tan extraño, para mí, como juzgar, desde la mirada de otro, un recuerdo de la infancia. Me cuesta reconocer las debilidades de este capítulo: me queda fácil admirar sus mundos y sus personajes. Lo importante es, quizás, que al menos los fanáticos de la aventura pueden confiar en mi criterio: El ataque de los clones es el mejor relato de la serie: la nueva pelea de espadas láser, para no ir más lejos, es insuperable.
Conviene recordar, tal vez, toda la trama: mientras los episodios cuatro, cinco y seis –que Lucas filmó antes por razones técnicas- narran la tragedia de Luke Skywalker, un campesino que, en el pasado del universo, en una galaxia perdida, aprende a dominar "la fuerza" que une a todos los objetos y los seres para asesinar a su padre, Darth Vader, el líder del Imperio del mal, los tres primeros capítulos –que eran, en el papel, mucho más costosos y difíciles de filmar- relatan la tragedia de Anakin Skywalker, un esclavo que, en tiempos de paz, ha nacido para traer la oscuridad al sistema y convertirse, al final, en el escalofriante Darth Vader.
Sí, la coherencia es admirable. En El ataque de los clones, como en los otros episodios, se funden las historias comunes a todas las mitologías de nuestro mundo (la iniciación, el destino, la creación, la lucha entre el bien y el mal, la venida del elegido, el descenso a los infiernos) y al mismo tiempo se desvelan, como en una sesión de psiquiatría para todos los públicos, los orígenes de los odios, los temores y los amores que conocimos en la primera trilogía. Se asiste parte por parte, pues, a los principios de una película mítica: es el colmo del mito.
Es, en fin, una gran película, pero para verla en paz no se puede ser adulto. Se deben descubrir por primera vez la envidia, la soberbia y los peligros del amor y no se deben esperar profundas enseñanzas religiosas, diálogos geniales o dramas escandinavos. Hay que ver, con la boca abierta, las batallas fabulosas, las extrañas criaturas y las ciudades fantásticas. Hay que ponerse nervioso porque las piezas comienzan a encajar. Y sentir, cuando la película termina, que se quiere entrar de nuevo en el teatro.