Camino a la perdición

Calificación: ***. Título original: Road To Perdition. Año de producción: 2002. Dirección: Sam Mendes. Guión: David Self. Actores: Tom Hanks, Paul Newman, Jude Law, Stanley Tucci, Jennifer Jason-Leigh, Daniel Craig.

Las estupendas actuaciones, la contundencia de las imágenes, el terrible drama humano: todo parece indicar, cuando caen los créditos finales, que se ha visto una gran película. Pero hay algo, en el fondo de Camino a la perdición, que no nos deja convencernos de ello. Quizás es la sensación de haber visto una historia que tiene la lógica de una ecuación. Tal vez es la sospecha de que jamás, así volvamos a verla, podremos conocer a sus personajes. De pronto es, como siempre, una simple cuestión de gustos.

Parte de una novela en forma de cómic escrita por Max Allan Collins y dibujada por el artista británico Richard Piers Rayner. Y cuenta, palabras más, palabras menos, el triste viaje que Michael Sullivan, un asesino a sueldo del Chicago de los años 30, emprende en compañía de su hijo de doce años. El problema es que el niño acaba de enterarse, de la peor de las maneras, de cuál es el oficio del padre. Y que John Rooney, el poderoso jefe de la mafia que hacía las veces de abuelo en la familia, ha contratado a un fotógrafo de cadáveres para asesinarlos. Sí, eso es. Habría podido evitarse aquel desastre, claro, pero una fuerza superior a todos los personajes, el guionista, ha ordenado todo lo contrario.

El director, Sam Mendes, responsable por la excelente Belleza americana, sabe muy bien que una película es un milagroso trabajo de equipo. Por eso ha vuelto a rodearse, en éste, su segundo largometraje, de un incuestionable grupo de actores: Tom Hanks consigue, en el papel del criminal que en verdad es un responsable padre de familia, una mirada que odia y lamenta al mismo tiempo; Paul Newman se convierte, por completo, en un mafioso de sangre fría que por fin ha chocado con sus sentimientos; Jude Law se olvida de sí mismo y asume, del todo, la pasión de aquel fotógrafo por los cadáveres.

Sí, Mendes sabe muy bien lo que hace. Le ha pedido a Conrad L. Hall, el mítico director de fotografía, con quien ya trabajó en su primer largometraje, que esté detrás de las cámaras. Y Hall, que ha ganado dos premios Óscar y es uno de los grandes operadores de la historia del cine, ha conseguido, con esas sombras que le dan bordes y espíritu a todos los objetos en la pantalla, que cada fotograma sea una pequeña obra de arte. Sólo por eso, por los sombreros, los paraguas y los guantes que ha captado el lente de Conrad Hall, vale la pena ver esta película.

Que los personajes sean sólo títeres de los hechos, que conozcan de antemano los horrendos efectos –"si p entonces q", enseñan en todos los colegios del mundo- pero insistan en las torpes causas porque sí, como si se tratara de despejar variables, no es, necesariamente, un defecto del relato. Que algunos necesitemos más intimidades y más tics para ponernos del lado de los protagonistas, no es, quizás, una falla de Camino a la perdición. Y no ensombrece, ni un poco, la belleza de sus imágenes.