Ni una palabra

Calificación: **. Título original: Don't Say a Word. Año de producción: 2001. Dirección: Gary Fleder. Guión: Anthony Peckham y Patrick Smith Kelly.  Basado en la novela de Andrew Klavan. Actores: Michael Douglas, Famke Janssen, Brittany Murphy, Sean Bean, Oliver Platt, Jennifer Esposito.

El doctor Nathan Conrad, un compasivo siquiatra de adolescentes, tiene ocho horas para conseguir un número, que reposa en la cabeza de una joven perturbada, para que unos habilísimos secuestradores, que son capaces de instalar un complejo sistema de espionaje pero no han podido encontrar una simple piedrita preciosa, le devuelvan, sana y salva, a su angelical hija. Por supuesto: si averigua la cifra antes de las cinco de la tarde, todo volverá a la normalidad, pero, mientras tanto, no puede decirle a nadie ni una palabra del asunto. Sí, claro: es imposible. Y eso, en teoría, tendría que hacerlo mucho más interesante.

Pero no. Las tramas paralelas, que involucran a una mujer policía que se las sabe todas y a un siquiatra que no es capaz de confesar que necesita ayuda, enredan innecesariamente la aventura. La facilidad y la cabeza fría con la que esa familia normal se adapta a los momentos de peligro es lamentablemente admirable. El desprecio con el que se trata a los personajes secundarios –al asesino de barba, a la empleada italiana, al señor de medicina legal- es realmente asombroso. Quizás habría sido mejor que los criminales le hubieran dado al doctor Conrad un par de días más: así no habría tenido que hacerse amigo, de esa manera tan abrupta, de aquella paciente.

Pero que nadie deje de verla por este comentario, si es que algo como eso puede llegar a ocurrir. Las películas de suspenso con Michael Douglas, así sean malas, tienen su encanto. Y uno va a verlas para olvidar la semana y para quejarse, después, de las frases ridículas y los momentos vergonzosos.