La viuda

Calificación: ***1/2. Título original: La veuve de Saint-Pierre. Año de producción: 2000. Director: Patrice Leconte. Guión: Claude Faraldo. Productores: Gilles Legrand, Frédéric Brillion. Actores: Juliette Binoche, Daniel Auteuil, Emir Kusturica, Michel Duchaussoy, Philippe Magnan.

Patrice Leconte, el director de La viuda, ha dedicado su carrera a retratar, con ironía y patetismo, a una serie de personajes memorables que son conducidos, por su torpeza y sus obsesiones, a un destino trágico. En Monsieur Hire, una de sus primeras películas, entra en la cabeza de un solitario que se involucra en un crimen porque no puede dejar de espiar a su vecina de enfrente. En El marido de la peluquera, la siguiente, se dedica a seguir, desde cuando era un niño, a un hombre con una fijación por los cuerpos, los olores y los gestos de las peluqueras. En Ridicule, uno de sus filmes más recientes, se compadece de un noble que, en la búsqueda del dinero necesario para terminar un sistema de drenaje, aprende a sobrevivir, en los tiempos de Luis XVI, al sarcasmo y la hipocresía de la corte de Versalles.

En La viuda explora una isla francesa abandonada por el gobierno y cuenta la tragedia de una mujer obsesionada con la redención de un condenadoa muerte. Es 1850 y en Saint Pierre, la isla, sólo se permiten ejecuciones en la guillotina. El problema es que no tienen ni una sola y nadie está dispuesto a ser el verdugo. El gobernador y su pequeña corte, preocupados, deciden pedir a las autoridades, en París, la máquina para decapitar. Y entonces, mientras llega, ponen al asesino bajo custodia. Es en ese momento cuando Madame La, la esposa del Capitán –que comanda al pequeño ejército del lugar y al mismo tiempo hace las veces de alcaide-, se obsesiona con la rehabilitación del homicida. Es liberal y voluntariosa y, así como se niega a vivir de acuerdo con el qué dirán, se resiste a creer en la maldad absoluta de los hombres. Ella es así. No puede evitarlo. Y la verdad es que, por ser como es, su esposo la idolatra y cree ciegamente en sus actos. Por ella, por el amor de su vida, el Capitán está dispuesto a enfrentarse a las miradas de la sociedad, a las frases de doble sentido de la pequeñísima elite de Saint Pierre y a la ceguera de su gobierno y de sus leyes.

La viuda es, pues, por un lado, la enfática y predecible historia de amor entre un par de personas obsesivas, torpes y dispuestas a todo, y también, por el otro, el estupendo retrato satírico de una sociedad enloquecida por culpa de una aristocracia decadente y una burocracia dominante. Ha sido filmada con una extraordinaria atención a los gestos humanos y sus tres protagonistas cumplen a la perfección, y a punta de silencios y miradas, con la labor de darle vida a Madame La, al Capitán y al asesino. Es cierto que Patrice Leconte ha olvidado, en los peores momentos de la historia, el sentido del humor y el temor al ridículo que caracterizan su obra –hay un par de escenas que parecen diseñadas sólo para hacer llorar-, pero es cierto que ha logrado, de nuevo, conducirnos por los temores, las tentaciones y los errores de sus personajes.