Almas perdidas

Calificación: **. Título original: Lost Souls. Año de producción: 2000. Dirección: Janusz Kaminski. Producción: Meg Ryan y Nina R. Sadowsky. Guión: Pierce Gardner. Música: Jan A.P. Kaczmarek. Actores: Winona Ryder, Ben Chaplin, John Hurt, Phillip Baker Hall.

El aficionado al cine sabe, a estas alturas de la vida, que el demonio de las películas siempre pierde la batalla. A fuerza de ver las estacas en el corazón y el 666 en la cabeza, el público de hoy ya no le teme al diablo. ¿Por qué? Porque el Satanás del cine de ahora se deja descifrar por los hombres, telegrafía su llegada al mundo y sólo logra reunir, para tomarse la tierra, a un pequeño ejército de sacerdotes desocupados y abogados exitosos.

Es una lástima. Mientras en sus buenos tiempos, los de El bebé de Rosemary, El exorcista y La profecía, el demonio logró llenar a los espectadores de pesadillas e imágenes imborrables, en el cine de ahora, a pesar de los nuevos efectos especiales, ni siquiera consigue un desvelo. ¿Por qué? Porque se volvió lento, inútil y aburrido y, si uno lo piensa con cuidado, la amenaza ya no es él, sino la estupenda fotografía y la atmósfera infernal de las escenas.

Eso ocurre con Almas perdidas. Parece como si Janusz Kaminski, el director, se hubiera dado cuenta a última hora de que iba a contar la misma historia de siempre –Maya Larkin, una profesora que fue exorcizada, piensa que el diablo va a poseer a un escritor llamado Peter Kerlson y está dispuesta a todo para evitarlo- y, consciente de su talento –fue operador de La lista de Schindler-, le hubiera apostado todo a los contraluces y las sombras.

Es una lástima. Las imágenes son, en efecto, escalofriantes, pero como el público y los actores saben todo sobre la historia y nada sobre los personajes –nada salvo que no tienen qué perder y nadie va a extrañarlos- poco importa, al final, si el demonio los posee y los destruye.