Primer Capítulo: La ficción hace verosímil la realidad

La vocación del narrador Paul Auster

Es el 23 de febrero de 1981 y Paul Auster se tropieza con Siri Hustvedt. Este será el último de los accidentes que, en el nivel de la vida (no de la biografía), darán paso al relato de ficción en la obra de Auster. Después del nacimiento de Daniel, su hijo, y de la muerte de Samuel, su padre, el encuentro con Siri Hustvedt cerrará un episodio determinante en la vida de Paul Auster. Se trata de una especie de redención que trae como consecuencias una nueva conciencia temporal, un deseo de recomposición personal y una resolución del aprendizaje del mundo bajo la forma del relato. El poema es la expresión de la actitud de un yo ante el presente y, aunque se trate de un acto comunicativo, se cierra sobre sí mismo de tal manera que sólo mediante una profunda identificación con ese yo el lector puede encontrase retratado. El relato, en cambio, es la expresión de la actitud de un yo ante el pasado; revela a un yo que comienza a verse en relación con los otros (un ellos), y, como toda narración es un acto comunicativo, se abre en la realidad de tal manera que cualquier persona puede hallarse contenida en las palabras. La narrativa está dirigida a alguien. "Narrar" significa, si atendemos a su etimología, arrastrar, convocar, atraer. En La invención de la soledad, a pesar de ser un relato, el Paul Auster ensayista y traductor hablaba del pasado como lo haría un poeta: íntimamente relacionado con el presente. En La invención de la soledad, el mundo está contenido en un yo y se explora por primera vez la idea de hablar sobre otro (el padre, el hijo escritor); el lector, sin embargo, para encontrarse retratado, para recibir el mensaje que el emisor envía, debe, como en los poemas, intentar la identificación con ese personaje-autor que gobierna el texto y es gobernado por las palabras. Podemos decir que La invención de la soledad es un relato, claro. Pero no podemos decir que se trate de un relato de ficción sino más bien de un relato sobre la necesidad de la ficción. La palabra ficción (que según el diccionario de la Real Academia significa "la acción y el efecto de fingir", o bien "una invención, una simulación de la realidad") nos remite a la idea de un acto mediante el cual conseguimos una realidad. Esta realidad no es el mundo tal y como lo ven nuestros ojos sino, más bien, el mundo tal y como podemos entenderlo: una realidad ordenada y desordenada según nuestro criterio, que parte de nuestra experiencia en el mundo real: una nueva realidad en la que integramos finalmente lo que conocemos. Cuando oye una narración, el receptor experimenta el mundo.

Georges Jean: Se encuentra con facilidad en la piel imaginaria de un héroe o una heroína. Se han descrito a menudo las formas de identificación (o de rechazo) mediante las cuales el niño se vuelve un héroe, no forzosamente triunfante, del que los cuentos (y los relatos, las tiras cómicas, la televisión) describen aventuras, pruebas, triunfos. Sin ello, la función catártica de los cuentos, de la que volveremos a hablar, no podría tener lugar (...) no me parece falso efectuar la extrapolación hasta el extremo y decir que el niño necesita el cuento como si tuviera hambre (...) "Terminado el cuento, dice Pierre Jakez Hélias, no queda más que el deseo de ir a digerirlo en la cama, cada quien por su cuenta y sin examen de conciencia"1. 

Narrar es digerir. Cuando se oye un relato se satisface el hambre de entender el mundo y, cuando se recuerda, ocurre otra digestión. La realidad es simultánea y ocurre en demasiados niveles -en el caos y en el orden, por ejemplo- como para ser entendida y descrita mediante un simple relato. Es entonces cuando la ficción le da nuevas proporciones al mundo y convierte al animal cazado en alimento comestible y digerible. En otras palabras: la simultaneidad y los niveles de la realidad son sugeridos y simulados de tal manera que escritor y lector reciben un mundo que les ayuda a seguir viviendo. La obra de Auster se hace consciente del poder de la ficción al final de La invención de la soledad. De hecho, el relato de ficción es esa invención de la soledad. En la soledad de su habitación -de su vida- el escritor descubre, en el mismo momento en que se narra a sí mismo como un otro, la existencia de los demás. Tanto autor como personaje de La invención de la soledad, descubren, además, gracias al nacimiento de su hijo, que el niño necesita de relatos, que el niño exige, cada noche, que se le cuente un cuento porque sólo así conseguirá dormir; lo que significa, literalmente, seguir viviendo.  

La invención de la soledad: Si la voz de una mujer narrando cuentos tiene el poder de traer niños al mundo, también es cierto que un niño tiene el poder de dar vida a sus propios cuentos. Dicen que si el hombre no pudiera soñar por las noches se volvería loco; del mismo modo, si a un niño no se le permite entrar en el mundo de lo imaginario, nunca llegará a asumir la realidad. La necesidad de relatos de un niño es tan fundamental como su necesidad de comida y se manifiesta del mismo modo que el hambre.

         -¡Cuéntame un cuento!- dice el niño-. ¡Cuéntame un cuento, papi, por favor!

         Entonces el padre se sienta y le narra un cuento a su hijo. O se echa en la cama junto a él, en la cama del niño, y comienza a hablar, como si en el mundo no quedara nada más que su voz contándole la historia a su hijo en la oscuridad. A menudo es un cuento de hadas, o de aventuras; pero a veces no es más que un simple salto en el mundo imaginario.

         -Había una vez un niño pequeño llamado Daniel- le dice A. a su hijo Daniel.

         Estas historias en que el mismo niño es el protagonista son quizá las que más le gustan. A. advierte que, en forma similar, cuando él se sienta en su habitación a escribir el Libro de la Memoria, cuenta su propia historia hablando de sí mismo como si fuera otro2.  

         "El escritor es niño". En esa frase no sólo se encuentra connotada la idea de rebeldía, sino también esa soledad inmensa, ese intentar comprenderse en una habitación, ese no entender nada de nada. Como el niño que juega, el escritor acude a la ficción para entender el mundo, para poder salir de su habitación y relacionarse con los demás. 

El Libro de la memoria: Posible epígrafe al Libro de la Memoria.

         Freud: "Sin duda es en el niño donde encontramos los primeros indicios de la actividad creativa. La ocupación preferida y más cautivante del niño es el juego. Tal vez podríamos decir que todo niño que juega es como un escritor imaginativo porque crea un mundo propio o, más exactamente, reordena las cosas de una forma novedosa (...)"3. 

El tipo de escritor que Paul Auster describía en sus ensayos necesita oír los relatos que escribe. Cuando deja de ser niño simplemente entra en un proceso que pretende devolverle la niñez. Al final del proceso se cierra el círculo, porque si antes era a él al que se le contaban las historias, después de ese largo rito de iniciación que es el ubicarse en el mundo, el hombre que lee se convertirá en el que narra. Y lo que narra Paul Auster es, precisamente, como se verá con mayor claridad en el epílogo de este documental, ese aprendizaje doloroso del mundo, ese rito personal de iniciación. 

Paul Auster: Se debe crecer en lo que uno es antes de tomar lo que ofrece la ficción. He estado hablando en términos teóricos y literarios, pero también está el simple hecho de hacerse más viejo, de adquirir una mejor idea de quién eres (...) Creo que tener niños tiene mucho que ver con eso. Convertirse en padre te conecta con un mundo más allá de ti mismo, con la sucesión de las generaciones, con la inevitabilidad de tu propia muerte. Entiendes que existes en el tiempo, y después de eso no te ves a ti mismo como antes. Se vuelve imposible tomarse tan en serio como una vez lo hiciste. Comienzas a dejarte ir, y en ese dejarse ir, al menos en mi caso, te encuentras con el deseo de contar historias.

Cuando mi hijo nació, hace doce años, Charlie Simic, un amigo cercano durante mucho tiempo, me escribió una carta de felicitaciones en la que decía: "Los niños son maravillosos. Si no hubiera tenido hijos, habría caminado por ahí pensando que era Rimbaud todo el tiempo"4. 

La obra de Paul Auster, entonces, comienza en donde se detiene la de Rimbaud. La escritura y la vida se separan en la experiencia de Rimbaud. En la de Auster, en cambio, son intercambiables. Y esto ocurre en virtud del hallazgo del relato literario. En su prólogo a la Historia de la filosofía escrita por Emile Brehier, José Ortega y Gasset sugiere sobre la función de las historias una idea importante que podría aplicarse a la función del relato literario. 

José Ortega y Gasset: La misión de la historia es hacernos verosímiles los otros hombres. Porque, aunque parezca mentira, no lo son. El prójimo siempre es algo que está más allá de lo patente. (...) estamos atenidos a la materia que es nuestra vida para entender las demás. Sólo nuestra vida tiene por sí misma "sentido" y por tanto es inteligible. La situación parece contradictoria y en cierto modo lo es. Tenemos con nuestra vida que entender las ajenas precisamente en lo que tienen de distintas y extrañas a la nuestra. Nuestra vida es el intérprete universal. Y la historia en cuanto disciplina intelectual es el esfuerzo metódico para hacer de todo otro ser humano un alter ego, donde ambos términos -el ego y el alter- han de tomarse en plena eficacia. Esto es lo contradictorio y por eso constituye un problema para la razón5.  

El relato literario consigue superar los límites de la razón (y, por eso, los del lenguaje): la novela, por ejemplo, articula las contradicciones que ocurren en cada ser, y, a partir de la experiencia personal, de ese intérprete universal que es la vida, logra hacernos verosímiles a los otros hombres. Porque en cada hombre se encuentran los demás y sólo la ficción puede hacer que cada hombre se convierta en todos. El primer relato de ficción que Auster intentará es, con el trabajo de "Paul Benjamin" como antecedente, la novela. La novela es, por supuesto, el lugar adecuado para que esa unidad evolutiva que es la obra austeriana desarrolle sus múltiples impresiones del mundo. Es, además, el género ideal para que Auster lleve al extremo su idea (que llegará a expresarse con más claridad en los años noventa, con Leviatán y El cuaderno rojo) de que la vida y la escritura son intercambiables. 

Wolfgang Kayser: (...) a la narración del mundo privado en tono privado la llamamos novela. Fácilmente se comprende que la novela haya tenido siempre tendencia a buscar en el mundo prosaico que describe precisamente los sectores y motivos envueltos en cierto resplandor poético, aunque no fuera más que por el hecho de ser poco comunes: el bandido, el criminal, el gitano, el jesuita, el millonario; para ciertos sectores, el aristócrata, el artista, etc, son los motivos favoritos de la novela, y el fecundo papel del azar repentino fácilmente se explica como tentativa de poetizar el mundo: todo esto va implícito en el adjetivo "novelesco". El público permite, incluso exige la poetización del mundo prosaico. Reina aquí una extraña coincidencia oppositorum: por un lado, se desea que la novela proceda de la fantasía como la fuerza más poética (ficción es un término técnico muy adecuado); por otra parte, se desea la verosimilitud, la realidad, incluso la "certificación" de lo narrado6. 

Si entendemos la obra de Paul Auster como una que intenta contribuir a habitar la realidad, es evidente que más temprano que tarde tenía que haberse convertido en novelas, como si de estados de la materia se tratara. Y, viniendo de la poesía y el ensayo (esto es, viniendo de la observación de la forma) es fácil presumir que su primera novela sería, al tiempo que una narración, una historia sobre el arte de inventar relatos. El inventor de esa novela moderna que "certifica" lo narrado es, como se sabe, Miguel de Cervantes. Si como dice Milan Kundera el novelista no debe rendirle cuentas a nadie salvo a Cervantes, con la redacción de Ciudad de cristal, su primera novela, Paul Auster le da paso a la evolución de su obra de la mejor manera: organizando una parábola a tres manos con el manco de Lepanto.